La realidad llega a nuestros sentidos en forma de imagen, sonido, tacto, sabor u olor como un valor esencial. A partir de ese momento abandonamos a nuestra propia capacidad de cómo interpretar esas emociones. Nos resulta prácticamente sencillo en todas las ocasiones, pronunciarnos sobre si algo nos gusta o nos resulta desagradable, pero ¿somos capaces como adultos, de expresar qué sentimos ante cada estímulo que la vida presenta a nuestro mecanismo fisiológico de sensación?
Dada la naturaleza preocupada de las mamás y papás por sus pequeños, acuden a mi trabajo demandando herramientas para que sus hijas e hijos de tres, cinco o seis años aprendan a leer, a sumar, a compartir, pero, yo desde el otro lado me pregunto ¿es lo que realmente necesitan? Y he comenzado a plantearme esta cuestión, no sólo por la gran cantidad de fracasos que hemos observado como profesionales en la precocidad del aprendizaje sin respeto alguno por el desarrollo, si no porque estas demandas llevan ligada una protesta común: “Mi hija se porta mal” o “mi hijo es malo” o lo que es aún peor “tiene hiperactividad”.
“El desarrollo emocional es el único que puede hacer fácil o difícil el resto de aprendizajes, situaciones y afrontamientos del futuro”
Además de la importancia de respetar el desarrollo individual de cada niño, es
imprescindible que lo que trabajen hasta al menos los seis años, sea la identificación, denominación y posterior comunicación de sus emociones como un valor esencial. Así como la importancia de formarlos en igualdad. A priori parece sencillo, pero siendo adulto, ¿qué sientes cuando un amigo te deja tirada? ¿Qué sientes cuando alguien que quieres te niega un abrazo?
Llegados a este punto, cabe plantearnos, cuántos adultos conocemos que no sepan leer o escribir, sumar o restar y cuántos conocemos que no saben afrontar un fracaso, una ruptura, la pérdida o la ganancia o el simple hecho cotidiano de conducir un vehículo tranquilamente. Y muchos dirán, claro, pero en la etapa adulta influyen muchos factores externos que ponen a prueba nuestras capacidades constantemente, pero no olvidemos que quienes tienen hoy cinco años, caminan de forma ineludible a la madurez. El desarrollo emocional es el único que puede hacer fácil o difícil el resto de aprendizajes, situaciones y afrontamientos del futuro.
“La vida está hecha de emociones, y son el instrumento más potente para entendernos a nosotros mismos”
La vida son sensaciones, y la comunicación universal podría versar en imágenes, llegan a nuestros ojos como un láser que penetra en nuestro cerebro y nos permiten interpretar. Quizás esa sea una fantástica estrategia para trabajar en la infancia, una imagen de nuestras caras en diferentes posturas, asociadas a una emoción y sensación concreta, y una imagen de las diferentes situaciones que son cotidianas, formando un gran archivo que crecerá día tras día.
Recordad siempre, que la vida está hecha de emociones, y son el instrumento más potente para entendernos a nosotros mismos, así como al que tenemos en frente.
Gracias Paula por nombrar lo importante. Escuchar, comprender y respetar nuestras emociones y las ajenas, ¿puede haber asunto con más potencial para transformar este mundo?
Gracias!