Aveces, incluso sin darnos cuenta, nos perdemos en el laberinto ciego de las falsas estrategias enredados en la hiedra que teje el ego, asfixiados por el miedo a desojar sentimientos que nos hacen parecer un poco más humanos. Erróneamente convencidos de que esconder la vulnerabilidad está por encima del hecho heroico que supone desnudar nuestras almas, dejando a un lado las máscaras que vamos alternando y ajustando a nuestros rostros, con el propósito de encajar en los vaivenes de la sociedad.
La vida, esa que es más corta de lo creemos o esperamos, transcurre al ritmo de un incesante cronómetro mientras permanecemos temblorosos, escondidos dentro de corazas que nos hacen imponentes, fuertes e invencibles ante la sentenciadora mirada de los demás. Cuando en realidad, nuestro fuero interno desea romper barreras para mostrarnos limpios y transparentes, siendo fiel a la idiosincrasia de nuestra alma.
“Los prejuicios adquiridos a través de arcaicas conductas aprendidas aplastan cualquier idea de libertad”
Los lapsos con los que contamos en la vida se reducen a una cuestión de “momentum”. Es imposible sacar el máximo partido mientras seguimos invernando en nuestras dudas, tejiendo inseguridades con hilos de nostalgia y esperando la situación perfecta, que generalmente nunca llega. La perfección es un oasis en medio de la aridez que conforma el desierto de la realidad.
Y entonces, seguimos anclados en la falsa convicción de que siempre es más prudente ceder el turno al ego con elegancia, ese que nos susurra “Yo soy más, tu eres menos”; “Yo delante, tú detrás”; “Yo decido, tú me esperas”; “No oses dar ningún paso en falso. Simplemente no des ninguno”. Y así nos vamos congelando como estatuas de hielo en ambientes acartonados de falso amor propio, perdiendo grandes oportunidades de conocer a magníficos seres humanos, cuyos recuerdos acaban diluyéndose en el tiempo, porque los prejuicios adquiridos a través de arcaicas conductas aprendidas aplastan cualquier idea de libertad.
Sentencias lapidarias con frases como “Todo lo que pude haber sido y nunca lo fui”; “Aquello que nunca pudo ser”. De esa forma bajamos el telón de nuestros anhelos sobre las tablas de nuestras posibilidades, quedando atrapados entre bambalinas que corean lamentos y arrepentimientos a destiempo. Absurdas confusiones al intentar establecer sinónimos entre amor propio y debilidad.
Cuanto placer masoquista puede llegar a encontrarse en la anorexia de sentimientos, donde nos privamos de afectos tan necesarios para alimentar y nutrir nuestras almas a través del amor, la compasión, la empatía y la generosidad, mutilando cualquier impulso desligado del postureo del ego.
“El miedo es una cortina de humo, el falso orgullo es una mutilación en cómodas cuotas y la incertidumbre es otro tipo de cáncer”
Aparentar lo que no somos supone someternos a un suicidio paulatino sin fecha de caducidad. Siempre agonizando, siempre marchitándonos un poco más. Al borde de la asfixia, con el agua al cuello mientras intentamos mantener un enorme salvavidas en el fondo del mar, hasta que un día no podemos más y el salvavidas sube a la superficie, de donde nunca debió haberse movido, evitando violar su propia naturaleza manteniéndose a flote.
Debemos atrevernos a dar el primer paso aunque al principio nos enredemos en una espiral de espinas. ¿Qué tanto podemos perder? La dignidad es otra cosa que nada tiene que ver con el ego. El miedo es una cortina de humo, el falso orgullo es una mutilación en cómodas cuotas y la incertidumbre es otro tipo de cáncer.
Vamos a dar el paso atreviéndonos a explorar, sentir, comunicar, expresar y ofrecer con total generosidad, sin expectativas de cara a recibir algo a cambio y sin ánimo de colocarnos en la pechera grandes medallas y condecoraciones. Apostemos por un poco más de autenticidad en todas nuestras emociones y decisiones. Vamos a despojarnos de la coraza para mostrarnos al mundo tal como somos: Perfectamente imperfectos.
Wow! Increíbles y sabias palabras. Felicitaciones por un logro más.
Te Quiero Mucho