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¿En qué piensas antes de morir? En vivir…

¿En qué piensas antes de morir? En vivir…

La gente dice que soy fuerte, que soy valiente; pero nadie sabe lo que llevo aquí dentro. Ni siquiera sé porqué lo hice. Creo que porque pensé que era la única forma posible de mantenerme viva. Yo no me iba a morir; no en ese momento.

Y así fue como aprendí algo de mí misma…

El día que tenga que morir, será de pie.

Todo pasó muy deprisa; todo. Caerme y levantarme. Una mañana te despiertas y nada era como creías. Entonces empieza una extraña magia… Una magia que no quieres advertir, pero que te envuelve y acabas amando. Es una voz dentro de ti que te dice Tú sabes lo que de verdad importa en la vida”. Y, a continuación, empiezas a sentir lástima por todos los que te rodean. Ellos no han tenido la suerte de ser tocados por esa luz. Desde ese día sabes que vives dentro de un reloj que solo puede ir hacia atrás y, sin embargo, eres por fin plenamente feliz. Mi existencia siempre había sido como una montaña rusa y, hasta cuando estaba cayendo a toda velocidad, el viaje era intenso.

Cuando sospeché que todo andaba mal, cientos de cosas vinieron a mi cabeza; sin embargo seguía como si no pasara nada. Los primeros días caminaba distraída y no estaba realmente centrada. Me pregunté cómo llegaban a pasar estas cosas. Si esta enfermedad se podía coger como una gripe; si sucedía así, de un día para otro. Si había comido demasiadas chuches de pequeña o había tocado cosas que no debía. Si era por haberme metido en sitios peligrosos. O quizá, simplemente viví. Viví a tope, probándolo todo. Puede que incluso hubiese vivido demasiado. Había vivido intensamente. Había sentido el vértigo constante. Había estado en muchos sitios. Había conocido a mucha gente. Había amado y me habían amado. Había probado la derrota y también el éxito. Había experimentado un par de veces la maravillosa sensación de estar orgullosa por algo.

Quizá me dolía el hecho de pensar que no volvería a ver atardeceres en Baiona, que no disfrutaría más pelis en el sofá con mi hija, que no volvería a viajar, que ya no habría más cenas íntimas… Pero nunca podría decir que no hubiese tenido una vida intensa. Sin embargo, estaba la sensación de no haber hecho suficiente. Miré al cielo y supliqué más tiempo. Más tiempo para encontrar mi camino, para hacer más por alguien. Me analicé y pensé lo mal que dejaba las cosas… Ya era tarde para pensar en nimiedades y era el momento de tomar decisiones.

Decidí que el tiempo no pasase sin motivo. Me pregunté si todas mis creencias católicas eran ciertas. Si Dios estaba ahí. Si habría un mañana o debía atesorar cada momento porque todo se iría sin más. Me pregunté si había hecho lo suficiente en este mundo, si había cumplido mi misión, si había sido lo bastante para todos.

Comencé a entenderlo todo. Empecé a disfrutar. ¿Se puede dar gracias a Dios por una enfermedad? Cuando más lo necesitaba se me envió un cáncer y hoy tengo una segunda oportunidad para hacerlo mejor. Ahora la vida es lo que es: desnuda, sin nada que la distorsione. Sencilla y maravillosa.

Ante mi vista apareció una línea que colocó a las cosas y a las personas en uno y otro lado. Es la línea que separa lo importante de lo banal. Es la línea que te abre los ojos y te descubre a los que de verdad están contigo. Es la línea de la sabiduría donde se apilan las esencias por las que se debe luchar. Y todo lo demás existe, pero ya no te importa.

Y mientras yo jugaba una doble cruzada: mantenerme viva físicamente y mantenerme viva mental y emocionalmente, otros, ignorantes, pensaban que no pasaba nada.

Elegí estar bien por fuera para ser fuerte por dentro. Elegí minimizarlo todo para que los demás no sufrieran. Elegí vivir plenamente mi vida para hacerle frente a todo. Y ésta era una lucha tremendamente difícil. Tenía que mantenerme firme y decirme a mí misma: “No te permitas flaquear ni una sola vez”. Fuerte por mí y fuerte por todos. Quise ser un ejemplo de que se puede lograr, de que se puede tener cáncer y estar sano. Mi cabeza no iba a jugarme malas pasadas; yo tenía el control.

Muchas veces las cosas no son lo que parecen. Solamente soy una pequeña autónoma que se comprometió a seguir levantando su empresa. Una madre que debía cuidar a su hija. Una mujer inquieta que peleaba contra el tiempo de descuento, que quería seguir dando sus clases, investigando, participando en nuevos proyectos… una mujer que perseguía retos. Retos que me mantuvieron lúcida. En ocasiones quería llorar por dentro y no podía consentírmelo. Todo ese pack de trabajo, prisas, velocidad y fortalezas no significaba que yo no sintiera nada, que no doliera, que no me afectara.

El camino tiene un único sentido. Sólo podemos seguir hacia delante.

Beatriz de la Riva

Dedicada a la investigación en el mundo de la pedagogía. CEO en Formación en la nube.

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