Te lo debo.
Las hojas era amarillentas y borrosas pero legibles, las rozaba apenas por miedo a romperlas.
Me hallaba perdida en un mundo indiferente que ni siquiera me miraba. ¿ Como iban a darse cuenta de me sangraba el alma si nadie bajaba la mirada?
Caminaba y caminaba, buscaba y no encontraba a los que amaba.
Me atrapaban las noches frías mientras mis manos vacías temblaban.
¡ Tanto y tanto añoraba mi cama y mi casa que ya no estaba!
Esas hojas de letras gastadas, de tapas vencidas por el tiempo fueron voces que me calmaban.
Se fue apagando la tristeza, dejé de mirar a los que no me miraban porque aprendi a volar sin alas.
Pasé páginas sin levantar mi cara para que no vieran que lloraba.
El llanto vino a sanarme, a liberar mi espalda del peso de dormirme sin que me abrazaran.
Pude llorar sabiendo que el mundo no terminaba en esa esquina de mi casa donde me sentaba a pensar si me recordaban.
Ese libro de hojas mustias me murmuraba historias pasadas, calles pobladas de gente que si me miraba, y entonces supe que había sido salvada.
Te debo la alegría recuperada de una niña abandonada.