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Crítica: Tus pasos en la escalera

Si la escritura de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) fuera una imagen, el detalle coronaría de laureles el plano. El instante, las luces y sombras se promulgan como pinceladas cortas y yuxtapuestas, como una bocanada de aire que impregna de fresco todo lo que toca. Así es él, capaz de contar lo banal en un segundo como si la vida fuera eterna. Ya lo ha hecho antes y vuelve a hacerlo una vez más en su última publicación Tus pasos en la escalera (2019).

“Tan lejano y próximo a la vez del concepto infundado en La persistencia de la memoria de Dalí”

Este suspense psicológico es relatado por un narrador desconocido, cuya identidad, Bruno, no se revela hasta el final de la obra. La idea de un apocalipsis cercano y la llamada del juicio final se alternan con las peculiares vivencias del protagonista, quien inicia los preparativos para la llegada de su mujer Cecilia a un nuevo hogar, Lisboa. Las notables similitudes entre el contexto que envuelve la trama y la vida de Molina dirigen al lector, durante las primeras páginas, a la idea equívoca del relato de autoficción. Sin embargo, dicho concepto es inevitable, pues la dualidad ejercida por Molina a través de dos ciudades opuestas, Nueva York y la capital portuguesa, se ha visto reflejada en la representación del pasado inmediato y un presente difuso, casi indiscernible. 

Las sombras del ayer y el dolor hueco de Bruno son el claro reflejo del tiempo que se hace blando, tan lejano y próximo a la vez del concepto infundado en La persistencia de la memoria de Dalí. Casi como un cuadro, las palabras del escritor se convierten en imágenes a través de una prosa a medida, acompañada, sin embargo, de giros temporales desmesurados. La línea divisoria entre el aquí y el entonces va de la mano de una confusión inminente del ‘yo’ protagonista, en donde la lucidez y la paranoia conviven frente a frente. A pesar de los reversos internos del narrador, los personajes que lo acompañan carecen de la profundidad necesaria que pide el relato. Solo Luira, la perra de Bruno, completa la dialéctica exigida por la historia, donde el individuo observador encarna al lector de la obra. Por otro lado, la narración contempla puntos bajos de intensidad, producto de la voluntad ansiosa por mostrar a un personaje ensimismado en su pesar.  

“La narración abre una puerta de par en par con el fin de cavar una zanja en la mente de quien lee”

Una vez más, Molina deja entrever su don con la pluma mediante la confluencia de dos realidades, el mundo interior y las vivencias externas. Mediante una escritura sosegada, los pensamientos y objetividad de lo cotidiano fluyen entre las páginas y convierten al lector en partícipe activo de la obra. La narración abre una puerta de par en par con el fin de cavar una zanja en la mente de quien lee. El desgajo de la felicidad convertida en reminiscencia platónica, se convierte en un compás musical dentro del relato. Así, los pensamientos tormentosos del protagonista se hacen hueco en la cabeza del lector e inducen en una empatía prematura, justo antes del momento culmen de la obra. 

Un final no del todo inesperado sostiene las idas y venidas de la crudeza que acompaña a la soledad. Una trama argumental en duermevela constante, que tira y afloja del hilo emocional en el que no sale ileso ni obra ni espectador. Al final todos caen rendidos ante la verdad o a la mentira, y aunque la excesiva descripción se convierte en la protagonista de las letras de Molina. Es, sin duda, el hoy y el ayer más tangible que nunca, real pero a la vez menos cierto que se pudo escribir el autor.  

Vanessa Lobo

Periodista y amante del arte en todos sus estados. A punto de poema.

1 Comentario
  1. Para leerlo de a ratos, como saboreando un buen vino, difícil de leer de un tirón porque alimenta nuestra angustia interior, de la que no podemos ni queremos desembarazarnos, y a medida que entramos en su mundo exigimos más. No es fácil su lectura, de una prosa intensa y poética que nos hace sentir vivos con lo bueno y lo malo. Deja una estela que flota todavía.

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