En respuesta al artículo “En contra de abolir la prostitución, aquí mis razones…”
Vamos a utilizar palabras bonitas para embellecer el consumo que le damos a sus cuerpos y sus vidas. Vamos a crear falacias de empoderamiento sexual y a hipersexualizar cada edad que se nos antoje para hacer de lo moral un fetiche que excuse cada erección.
Acá vamos a cubrir con sonrisas la realidad que triplica la cantidad de adolescentes atraídas por el discurso de “tu cuerpo, tu decisión”. Vamos a hacer de cuenta que el dinero puede pagar cualquier deuda sin que se percaten de que la palabra deja huella y una vez verbalizada en esas frases que, a tu amigo, tu hermano, tu tío, tu padre, tu abuelo, y quien sea, les excita porque lo que prepondera es el poder sobre las cabezas.
Vamos a dejar que crean que la cantidad es lo que importa sin que se planteen por qué se manejan tantos ceros mientras la industria las maneja como títere de candado. Vamos a hacerles creer que el capital se enriquece mientras las hacemos pagar por todo y cuando elijan retirarse no van a ver en su cuenta bancaria siquiera la mitad de lo que hayan facturado.
Vamos a tocarlas a nuestro antojo fingiendo que nos interesa la libertad sexual porque eso es lo que nos ayuda a conseguir nuevas víctimas. Vamos a reciclarlas cada algunos meses porque nos aburren las mismas siempre y cuanto más crecen menos nos sirven, las queremos manipulables y modositas.
Vamos a vivir de ellas y también a olvidarlas cuando pidan ayuda.
Se puede comercializar cada vagina en la pantalla, en cada esquina de algún barrio marginal, no importa qué rama sigan.
Vamos a pretender que estamos de su lado de manera incógnita, porque adentrándonos en la marea es como se olvidan de quién es el verdadero enemigo.