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Ser mujer en tiempos de “cólera”

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Fuente: Candice Picard/ Unsplash

El título de este post no está relacionado con el maestro Gabo. Solo se trata de un guiño a su magistral obra. A continuación los únicos protagonistas somos un tiempo del que suelo carecer y esta servidora. Fermina y Florentino no figuran en el relato. 

Así pues, una mañana cualquiera transcurre entre la preparación de un desayuno “currado” que requiere de aceite, pala y sartén, mientras la secadora inteligente me avisa a través de un pitido ensordecedor que la camisa del colegio está seca en “ciclo plancha” ya que este último electrodoméstico requiere de arte, maestría, destreza y tiempo, del cual generalmente carezco. Bendita secadora y bendito “ciclo plancha”.

Mi hijo se sienta a desayunar. En paralelo (él, como su madre, practica el “multitasking”) repasa su examen en voz alta y yo lo escucho poniendo toda mi atención en el “topic” de rigor mientras me dispongo a contestar e-mails desde el teléfono. Sentarme delante del ordenador me impediría estar atenta a los borbotones de café que empiezan a salir de una cafetera que no da tregua ni es inteligente como la secadora. Se trata de una antigua “greca” de toda la vida. Las modernas, las que no se enfadan y esperan pacientemente a que salgas de la ducha, no me gustan. Dejé de usarlas hace años y desde entonces forman parte de la decoración rollo #kitchenstyle.

Envuelta en una toalla sin ningún matiz sexy voy confirmando visitas inmobiliarias vía WhatsApp. De repente, en medio de un “estimado cliente a través de este mensaje le ruego me confirme nuestra visita de hoy a las…”entra una llamada intrusiva, de esas que se cuelan abruptamente mientras estás cerrando una cita que podría convertirse en venta. Atender la llamada telefónica, como la plancha, requiere de tiempo, el cual hace años se convirtió en un lujo casi inasequible.

“En tiempos de Covid, donde las medidas higiénicas impuestas en mi casa a modo dictatorial”

Los minutos transcurren sin piedad. Permito que la melodía del teléfono sin contestar haga de soundtrack. Regreso a la cocina rápidamente para preparar el snack del recreo que gracias al universo ya no es obligatorio que sea healthy como hace cinco años, cuando tenía que cortar fruta fresca cada mañana.

En cuanto el teléfono me devuelve el ansiado silencio y el mensaje que estaba escribiendo reaparece en la pantalla, vuelvo a poner en práctica malabarismos inspirados en la preparación de un sándwich, terminando de redactar el WhatsApp que podría convertirse en venta. 

Sándwich dentro de la mochila perfectamente aislado y separado de las carpetas. Sobre todo ahora, en tiempos de Covid, donde las medidas higiénicas impuestas en mi casa a modo dictatorial llegan a tal extremo que mi hijo de 11 años se ve obligado a entrar por la puerta principal para ir directamente a la ducha sin previo paso por la cocina. No está permitido beber ni agua.

Empiezo a tomarme el café templado, casi frío (a mí me gusta hirviendo) persiguiendo al heredero recordándole que debe cepillarse los dientes y peinarse el remolino antes de salir. Acto seguido por fin puedo cerrar la puerta de mi cuarto para vestirme en tiempo récord, cepillarme los dientes y las pestañas (los que me conocen saben a qué me refiero, entendiendo ahora muchas cosas… la aplicación del rímel es como la plancha, requiere de un tiempo inalcanzable) y seguir contestando WhatsApps a la vez que recuerdo que debo dejar una lavadora “montada” porque no regresaré hasta pasadas las 17:30hrs. 

Antes de volver a abandonar la cocina recuerdo sacar comida del congelador para poder cenar en condiciones esta noche. Quizás debería plantearme colocar un espejo encima de la vitrocerámica de cara a ganar minutos dorados que desaparecen como arena entre los dedos. Es una idea que no descarto.

Llega el momento “checklist” previa salida de casa. Olvidarse cualquier cosa sería una tragedia. Me dispongo a repasar que llevo todo conmigo:

  • La carterita marrón repleta de llaves que empieza a parecerse a una hallaca. Este post es así, como yo, bicultural.
  • Móvil/celular, mascarilla y gel
  • Ibuprofeno (estoy a punto de meter Orfida/Lexotanill en la ecuación)
  • Cepillo de pestañas (fundamental)
  • Llaves de casa y del carro/coche
  • Niño con mochila
  • Listo, Go!

El segundo café queda a medio beber, la lavadora funcionando y los medallones de carne descongelándose. Todo en marcha para afrontar un nuevo día con optimismo, profundamente agradecida porque adoro mi trabajo aunque el día a día sin ayuda personal es sumamente duro.  El dulce sabor de la independencia es un privilegio al que tengo acceso como consecuencia de haber trabajado toda mi vida desde que culminé la carrera. La libertad bien entendida es un lujo que podría estar expuesta en cualquier escaparate de Ortega y Gasset.

“Una de las claves del éxito personal radica en el firme propósito de ser feliz”

Así pues, detrás de la imagen que un determinado colectivo pueda tener sobre mi cuando ven únicamente la corteza conformada por el bolso, las pulseras, la sonrisa, y el “So Scandal” de Jean Paul Gaultier, existe un subyacente sin filtro donde transcurren estas mañanas eufóricas y huérfanas de tiempo. 

Una de las claves del éxito personal radica en el firme propósito de ser feliz. Atrincherarse detrás de una mampara gris es una elección de vida que impide continuar cultivando verdaderos afectos. El victimismo (siempre escogido) es otra forma de fracaso. La melancolía es inspiradora solo en pequeñas dosis.

“No soy lo que ha pasado. Soy lo que he querido ser”

Carl Jung 

Marie-Claire

CEO de su empresa y de su vida. Apasionada de la lectura y la escritura.

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