No recuerdo cuántos años tenía cuando le dije a mi madre: “quiero ser vegetariana”. Tal vez once o doce. Ella me respondió con un rotundo “NO, porque yo digo que no”. No recuerdo la primera vez que escuché la palabra vegetariana. No recuerdo un solo día en que no haya comido al menos un pedazo de carne mientras vivía con mis padres. Una comida sin proteína animal simplemente no estaba completa. No era “comida”.
“Me gusta el sabor de la carne y, muchos vegetales, como las cebollas, los pimientos o la coliflor, me generan repugnancia”
Tampoco recuerdo por qué quería ser vegetariana entonces. Cuando era niña, mis abuelos tenían una finca con algunos animales. Entonces pude ver a las gallinas (en mi mente aterradoras), caminando en el campo con una fila de pollitos atrás. Los pollitos me parecían la cosa más linda. Yo nunca tuve perros ni gatos, pero tuve muchos pollos. A todos les llamé “Rocky”. Uno de mis Rockys creció bastante, y la idea de siquiera pensar en comerlo me parecía atroz. Tal vez a mis cortos once años de vida entendí que algo no cuadraba en no comer a Rocky, pero sí a los otros pollos que habían nacido con menos suerte.
“La ganadería es especialmente catastrófica ya que las vacas producen metano, un gas de efecto invernadero 31 veces más potente que el CO2”
Por muchos años dejé la idea del vegetarianismo a un lado. Me gusta el sabor de la carne y, muchos vegetales, como las cebollas, los pimientos o la coliflor, me generan repugnancia. Yo elegí ignorar el problema, por pura comodidad y egocentrismo.
La realidad es que lo que pones en tu plato tiene un impacto enorme para el planeta. Actualmente, la agricultura animal emite 14.5% de todos los gases de efecto invernadero (GEI) producidos por el hombre [1]. La ganadería es especialmente catastrófica ya que las vacas producen metano, un gas de efecto invernadero 31 veces más potente que el CO2.
Los datos son alarmantes considerando que el consumo de carne va en aumento a nivel mundial. A nivel que la calidad de vida y el poder adquisitivo aumentan, más personas tienen acceso a productos de origen animal. Países como Estados Unidos, Australia o Argentina consumen 7 veces más carne per cápita que países en desarrollo como Haití [2].
“Cambiar ⅔ de todas tus comidas por opciones veganas o plant-based puede disminuir tu huella de carbono alimenticia en un 60%”
Además de las altas emisiones de GEI, la agricultura animal está ligada a graves problemas ambientales como deforestación, desperdicio y eutrofización de agua, abuso de plaguicidas y antibióticos, y el injustificable maltrato animal sistematizado.
Si estás leyendo este artículo, seguramente te importa el futuro del planeta y estas listo para actuar. Existen muchas cosas que puedes hacer, o dejar de hacer, como participar en programas de reforestacion, rechazar plasticos de un solo uso, usar el transporte publico y volar menos. Sin embargo, una de las decisiones con más impacto para mitigar el cambio climático es disminuir tu consumo de productos animales. Cambiar ⅔ de todas tus comidas por opciones veganas o plant-based puede disminuir tu huella de carbono alimenticia en un 60% [3].
Elegir una dieta basada en plantas es una decisión personal que puedes hacer HOY. Entonces, ¿qué vas a elegir?