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No quiero ser madre ¿Y qué?

No quiero ser madre ¿Y qué?

Como persona, estoy expuesta a un gran número de decisiones que tomar, muchas de ellas completamente intrascendentes y otras, no tanto. Como mujer, me encuentro con el hecho de que muchas de ellas las toma la sociedad en mi nombre.

Todos estamos influenciados por la educación que hemos recibido, la familia que nos ha criado y el entorno en el que hemos crecido. De todos, hombres y mujeres, se espera que cumplamos ciertas expectativas que la sociedad y nosotros mismos nos imponemos. Seguir el rumbo marcado por la mayoría sin salirse de lo esperado es algo relativamente sencillo; no cumplir con esas expectativas es una decisión difícil de tomar y de gestionar.

Quiero centrarme en un tema en particular, el de la maternidad.

Decidir ser madre es una determinación valiente, muy valiente. Tanto como decidir no serlo.

La cuestión está en el verbo “decidir”. Lo reitero porque ser madre o no serlo es una decisión que hay que tomar de manera plenamente consciente y meditada, no a la ligera. Me encuentro con gente que dice que no hay que pensarlo. Podré no pensar demasiado de qué color voy a comprar una camisa o qué menú voy a comer. Pero, ¿cómo no meditar de verdad la que será, probablemente, la decisión más trascendental en la vida?

Cuando quieres ser madre todo el mundo se alegra y lo alaba. Cuando decides no serlo, te expones a numerosas críticas y falta de comprensión, incluso por parte de tu entorno más cercano. El hecho de ser madre (o padre, aunque me centraré en la maternidad porque escribo desde mi experiencia como mujer, y porque la exposición física a la que se somete el cuerpo no es comparable entre un padre y una madre), ha de estar en el plan de vida de cada persona. Ha de ser algo deseado, que signifique, desde lo más profundo del ser, un complemento necesario en la vida. Y la realidad es que estos sentimientos, seguro que maravillosos, no los experimentamos todas las mujeres por mucho que  nos cueste reconocerlo, tanto a nosotras como a la sociedad.

Yo descubrí que ser madre no estaba en mi plan de vida cuando, según las exigencias sociales, tocaba serlo. Hasta entonces siempre había pensado, a la ligera, que tendría hijos. ¿Cómo pensar otra cosa? Fue en el momento “que tocaba”, en torno a los treinta, cuando me di cuenta de que realmente no era algo que me hiciera ilusión, y entonces me encontré en un callejón sin salida conmigo misma. ¿Cómo puede ser que no me apetezca, que los hijos no tengan cabida en mi vida, que la maternidad no me atraiga lo más mínimo? ¿Seré egoísta? ¿Y si me arrepiento cuando sea demasiado tarde? ¿Quién me cuidará cuando sea mayor? Y resulta que llegué a la conclusión de que lo realmente egoísta era tener hijos para no estar sola.

Hay fórmulas familiares que afortunadamente la sociedad ha normalizado y aceptado, algunas antes que otras. Más allá de la tradicional familia, otras opciones son las madres solteras o las parejas del mismo sexo, por ejemplo. En cambio, la pareja felizmente enamorada sin hijos por decisión propia no es un concepto normalizado ni aceptado en muchos casos, aunque cada vez más común.

La semana pasada, el dentista me preguntó si tenía hijos; le respondí que no, que soy de “esa extraña especie de mujeres que no quiere tener hijos”  y entonces percibí cómo se quedó bloqueado, y me preguntó que si tenía perro. “Tampoco, lo que tengo son muchos hobbies”. Mi reflexión cuando tengo este tipo de conversaciones es que se da por hecho que las mujeres tenemos que cuidar de alguien, en todo caso.

Tengo la fortuna de contar con una pareja que ha pasado exactamente por el mismo proceso, pero con menor intensidad, porque de un hombre no se espera tanto en este aspecto. Ambos, de manera consciente y conjunta, hemos decidido no ser padres. La realidad es que hemos tardado unos años en aceptar que los hijos no son una necesidad en nuestra vida y que no somos malas personas por ello. Actualmente, tenemos 37 y 35 años respectivamente, y aunque a veces pienso que puede que cambiemos de opinión en algún momento, tenemos bastante claro que nuestra vida está lo suficientemente completa sin hijos. Tomar decisiones es de valientes.

Blanca Cobo

RRHH en organizaciones. Le gusta viajar, leer, el mar, la música y el arte.

5 Comentarios
  1. Enhorabuena por lo bien que has expuesto el tema Blanca! para ser feliz a veces hay que remar a contramarea en lugar de dejarse llevar por la corriente, e infeliz será el que lo critica, por qué le tiene que molestar a alguien una decisión tan personal como esta?

  2. Muy bien expresado perfecto y claro, las decisiones en la vida tienen que ser aceptadas y estáis en vtro derecho.
    Vivimos en una sociedad de costumbres donde cambiar el ritmo de las mismas cuesta trabajo.
    Este articulo, me lleva a recordar la que tomo una muy amiga mía en 1980, al poco de casarse tomaron la decisión de no tener hijos, por supuesto si la sociedad hoy día te mira con otra cara, imagina la sociedad de hace 40 años, el motivo era el mismo, no sentirse en la necesidad de transmitir tu vida a otra persona. y siguen siendo una pareja feliz.
    Yo la entendí muy bien, en ese momento yo tenia solo una hija, que por supuesto me había cambiado totalmente la vida, y aunque querida nadie me había contado que el mito de la maternidad idílica no era cierto. Yo seguí con mi trabajo, y fue una época difícil de conciliarlo todo, un hijo es la mayor obra de arte de la naturaleza, las mujeres aprendemos a convivir con èl durante 9 meses formandolo poco a poco, pero en el momento que nace, hay que estar pendiente todos los días, las 24 horas durante 365 días de toda la vida. Por eso hay que meditar mucho la decisión, y aceptar también la contraria .
    Yo siempre he tenido un lema CUANDO TIENES UN HIJO DEJAS DE SER PERSONA PARA CONVERTIRTE EN PADRE, (y conviene algunas veces dejar de ser padre y convertirse en persona.)

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