¿Quién no ha tenido alguna conversación con amigos o familiares dónde ha titubeado a la hora de discutir qué es el feminismo ó cuáles son los beneficios de sentirse empoderada?
Frecuentemente las conversaciones en torno a estos temas empiezan con alguien diciendo: ‘Yo sí estoy a favor de la igualdad, pero feminista no soy’. Pareciese como si optar por romper, sin reservas, una lanza a favor de la mujer fuera algo irreverente, bochornoso y peligroso. Lo cierto es que estas situaciones a menudo generan sensaciones encontradas; el impulso por posicionarnos a un lado u otro de la conversación se enfrenta al miedo feroz que le tenemos a sentirnos alienado,s y esta dicotomía interna puede llegar a ser paralizante. Por ello, es esencial, durante este momento de cambio, que aprendamos colectivamente a reformular el molde de la realidad para poder crecer juntos.
Si queremos avanzar como sociedad no podemos obviar el panorama actual. Las voces que hablan de este momento ‘aperturista’ que está viviendo la mujer, como si se tratase de una broma aislada, un deseo – temporal, pasajero e intrínsecamente femenino – por acaparar atención, son fuertes y plantean serias dudas acerca de cuál es la manera idónea de atacar el tema. Independientemente del género, son muchas las personas que creen en la noción de que el feminismo es una malformación de la realidad, optando así por alejarse de esta fuente de conflicto.
El primer paso es asimilar que nuestros cerebros han estado tan expuestos a la subordinación automática que, a menudo, preferimos ceder a ciegas las riendas del mando antes que enfrentarnos a nuestras propias sombras. Vivimos en tiempos tumultuosos, es un hecho. Esto no significa que todo lo producido recientemente por el ser humano sea de carácter negativo – pese a lo que pueda parecer a priori – pero sí podemos afirmar que, tanto en España como a nivel global, las mujeres que han decidido reclamar el espacio que les corresponde no lo tienen nada fácil.
El problema reside en que el feminismo y sus aliados, comprometidos con la igualdad, están sufriendo las consecuencias de querer actualizar el presente a base de examinar el pasado desde un punto de vista crítico. No lo justifica en absoluto, pero se puede llegar a entender que un reajuste de semejantes características genere incertidumbre, sobretodo entre áquellos que ocupan una posición cómoda en el status quo.
Ante esta falta de compromiso político y, como resultado de los frecuentes e históricos abusos de poder, ha nacido una responsabilidad colectiva que busca impulsar cambios a favor de los derechos de la mujer y la igualdad efectiva entre seres humanos. Aunque este rol ha recaído, por defecto, en movimientos sociales como ‘Me Too’ – una iniciativa, de entre las muchas que han visto la luz en los útlimos años y que está ayudando a que la ciudadanía remodele su comportamiento para así tratar, sin tapujos, temas que antes se consideraban ‘privados’ – tenemos que llegar a un entendimiento de que ésta no es la asignatura suspensa de algunos, sino la deuda pendiente de todos.
Se necesita empatía para entender que cuando hablamos de feminismo, nos referimos al dolor profundo que surge de la sensación agría que nos azota en cada situación en la que no nos tratan como iguales.
Una persona herida que sufre los abusos en su propio entorno para luego naufragar en la sensación de culpabilidad asociada, no puede además ser la única responsable de mejorar su situación. Sin embargo, estamos siendo testigos de cómo este impulso hacia el cambio ha atraído consigo las críticas gratuitas a las víctimas de muchas personas; gente que, frecuentemente, no es experta en cuestiones de género, una temática que, para sorpresa de muchos, se apoya en un desarrollo teórico que se remonta a tiempos inmemoriales.
Dicho esto, y entendiendo que mucha gente se ahorrará las horas de estudio necesarias para entender el rol que juega el feminismo en el camino hacia la igualdad, parece pertinente plantear el siguiente ejercicio: cada persona debe asumir su responsabilidad. Éste es el verdadero punto de inflexión. Para ser iguales, hay que posicionarse – a favor o en contra. Cada uno es libre de tomar sus propias decisiones, pero es importante entender la repercusión de nuestros juicios de valor y su motivación. Es habitual tener estereotipos perniciosos interiorizados, el reto es que cada individuo admita la presencia de estos elementos y valore si le merece la pena involucrarse en un proceso de re-socialización de su entorno para mejorar el de todos.
Lo cierto es que, para lograr suprimir las percepciones tan nocivas que se tienen sobre el feminismo, se necesita liderazgo y valentía. En 2019 hay que perderle el miedo a alterar el status quo o a generar ‘demasiado ruido’. Mas relevante que nunca es la necesidad de conocer y utilizar un vocabulario adecuado cuando hablamos de igualdad para así poder defender los beneficios de apoyar esta manera de ser, de comportarse en sociedad, y hacerlo de una manera informada. Ha llegado la hora de afrontar estos retos, si bien hay que hacerlo con conocimiento de causa, madurez ciudadana y civismo. Estos son algunos de los temas que trataré en los próximos artículos, involucrando tanto a hombres como a mujeres, y analizando los retos que plantea una empresa tan ambiciosa.