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La habitación 627

627

Desde la 627 cae la tarde por inercia. El tiempo camina lento y en círculos sobre un viejo reloj de pared gastado. De forma imperceptible, la luz dorada ha ido dando paso a la penumbra y proyecta sombras alargadas en la pared blanca y lisa del fondo.

Me quedo inmóvil con la vista puesta en las formas que imprimen los últimos rayos de sol. El silencio es una nube densa y pegajosa que se adhiere a los objetos inanimados de la sala y se respira junto con ese olor intenso y penetrante de hospital. Huele a desinfectante y lejía. Ese olor te cala hasta los huesos.

Creo que hay pocos lugares donde se pueda vivir el presente más intensamente que aquí. No hay listas de cosas por hacer, ni planes ni billetes de avión, y lo urgente se diluye en la insignificancia más absoluta.

Pienso si hay algo más urgente que vivir.

Como cuando estás en una fiesta y tienes hora de vuelta, exprimes cada minuto porque sabes que se acaba. ¿Por qué no hacemos lo mismo con la vida? Parece que solo cuando vemos el final valoramos el tiempo.

Hay algo muy triste en la felicidad, en tener mucho que perder. Esa melancolía mustia de suspiros huecos de aquello que no volverá. Ese instante recordado con banda sonora de risas que deja un sabor agridulce en la boca.

En un hospital se vuelve tanto a esos momentos… paseas una y otra vez por ellos, regodeándote, recreándote en lo que nunca volverá.

NUNCA. Un nunca en mayúsculas que cae sobre ti como pesada loza. Golpe de realidad. Despierta. Espabila. Esto es lo que hay. Y de aquí no puedes escapar. A unos les toca la lotería y a ti te ha tocado esto. Asúmelo.

Y entonces te enfadas. Te enfadas contigo por enfadarte, te enfadas con la vida, con quien mande donde sea que se dibuja el destino. Porque no es justo joder.

No es justo.

No es justo.

No es justo.

Te lo repites como veinte veces sin darte cuenta. Cómo el estribillo de una canción. Como un leitmotiv mecánico que se repite con una inercia inconsciente.

Como si la vida fuese justa.

Y sin darme cuenta me río. Como si hubiese algo cómico en esa especie de tristeza absurda, en dejarse llevar por el compás de las palabras que caen una encima de la otra repetidas en tu cabeza.

NO ES JUSTO.

Me acomodo en el sillón y pienso esta vez en la suerte que tengo de poder estar aquí contigo.

Espero que al despertar no recuerdes la que te estoy dando con mis historias. Te acabo de hacer una lista de los pros y los contras de comprar ese coche, pero no lo haré porque sé que no te gusta. Y lo adulta que me siento por tener a mis treintaytantos un plan de pensiones.

Adulta yo… que he visto como veinte veces “Buscando a Nemo”.

Te beso y me marcho.

Te tengo un día más.

Mónica Gómez

Emocional, intuitiva y curiosa. Un conjunto de versos sin rima.

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