9:00 am. Suena el despertador. Alargo una mano temblorosa y lo apago. Sigo durmiendo.
9:20 am. Suena el despertador de nuevo. Vuelvo a alargar la mano y le doy al botón de detener. Intento incorporarme. Tengo a mi gata al lado, mirándome. Hela sabe cuando algo no va bien. Mis extremidades pesan y tengo la mente nublada. Vaya viaje el que dan estas gotas. Todavía sigo en él. Mañana rebajaré la dosis. Al menos he dormido algo. No tengo mucha hambre pero debería desayunar. Me preparo el café y las tostadas con aguacate y me lo llevo a la cama. Mientras como con desgana veo el capítulo de una serie. Cuando termino me vuelvo a quedar dormida.
12:30 pm. Abro los ojos de nuevo. Me levanto y voy a la cocina. Cojo los botes de pastillas y coloco en la palma de mi mano la que me ayuda a estabilizar el humor y la que me ayuda con el trastorno alimenticio. Me las meto en la boca y las paso por la garganta con un poco de agua. Tengo que llegar al final de este día, pero no sé cómo. No sé si puedo…
Así era el comienzo de mis días hace un año. Así fueron durante meses. El confinamiento había acabado, pero yo me sentía encerrada dentro de mi propia cabeza. Vivía en un bucle infinito que, a medida que avanzaba el tiempo, me iba dejando con menos energía. Esto hacía que cada vez fuera más difícil hacer nada. Salir de casa suponía un esfuerzo que a veces no conseguía hacer. La falta de sueño daba sus frutos y mi mente empezaba a jugar conmigo. La línea que separaba los sueños de la realidad se había vuelto demasiado delgada y en ocasiones no conseguía recordar qué había soñado y qué había sucedido de verdad. Cuando cerraba los ojos caía en una pesadilla, pero cuando los abría sentía que seguía dentro de ella. Eso era para mí la depresión.
En ese estado de supervivencia poco podía analizar sobre cómo había llegado allí. ¿Qué había sucedido para poder evitar que sucediera de nuevo? Cuando nos encerraron durante el estado de alarma pensé que no lo estaba llevando tan mal. Sí que noté como subió mi ansiedad ante el desconocimiento de lo que sucedía, la obligación de permanecer en una situación incómoda durante tanto tiempo y la presión social de tener que aprender a hacer bizcochos y yoga en el salón. Pero no me desestabilicé, como ha ocurrido otras veces en mi vida (me pregunto si la cantidad de margaritas que me preparaba tuvo algo que ver). Al menos no ocurrió hasta pasados unos meses. Y para entonces ya podía “salir”. Así que, ¿qué fue en mi caso? Creo que la pandemia abrió viejas heridas que necesitaban ser sanadas. Y puedo imaginarme que a muchas personas les ocurrió algo parecido. Aquí vi una muy buena oportunidad para sanar estas heridas. Quiero decir, siempre es una muy buena oportunidad, pero no siempre nos damos cuenta de ello. Una de las cosas de las que me arrepiento en mi vida es de no haber ido más al psicólogo.
Las personas tenemos esta estúpida costumbre de reaccionar a cualquier cosa, normalmente, en casos extremos. No es hasta que estamos muy mal que pedimos ayuda. Lo triste es que para entonces hemos podido hacernos daño a nosotros mismos o haberle hecho daño a alguien. O quizá nunca lleguemos a ir al psicólogo porque consideramos que no nos “pasa nada”. ¿Os habéis parado a pensar cómo serían las cosas si las personas fuéramos a terapia como vamos al gimnasio y entrenáramos nuestras mentes como hacemos con nuestros cuerpos? Las historias sin sentido dejarían de repetirse y se infringiría mucho menos daño. Pero para llegar a eso, para poner fin al estigma, hay que hablar más de nuestra salud mental. Así quizá las personas que sufren dejen de hacerlo en silencio. Así quizá aprendamos a cuidarlas, con nuestras palabras y nuestros actos.
En este último año y medio he visto a personas cambiar su percepción sobre la salud mental porque han necesitado transitar por su propio proceso de sanación. Pero también he visto a personas juzgarme y utilizar el estado en el que me encontraba contra mí por sus prejuicios y miedos hacia lo desconocido. Así que a mí me gustaría contribuir a normalizar las conversaciones sobre salud mental.
Yo voy al psicólogo. ¿Y tú?
La cosa es que poca gente sabe cuándo ir al psicólogo y sí cuando ir al gimnasio.
¿Problema? Sí
¿Solución?