“Vivir con un trastorno alimenticio un periodo como está siendo la cuarentena es duro”
Sin querer, con la noticia, decido que cuando esto pase voy a estar súper en forma. Más delgada, lo que para mí es estar más guapa. El último mes no he podido ir tan asiduamente al gimnasio y siento que he engordado un poco. Y eso, lo que yo llamo “mi monstruo” no puede tolerarlo. En casa de mis padres, por suerte, hay una vieja cinta de correr y algo de material básico de gimnasio. Rápidamente mi cabeza hace cuentas de rato que debo invertir para quemar calorías y empezar a notar resultados. Instagram alimenta la obsesión que he desempolvado junto a la cinta de correr. Por todas partes van apareciendo entrenamientos que prometen ayudarte a no perder la línea durante la cuarentena.
El segundo día empiezo a tener problemas para comer. Me convenzo de que es la tristeza de haber perdido mi trabajo. Mejor, pienso. Lo hará más fácil.
Al cuarto día empiezan los mareos. Mi parte racional hace cuentas. Estoy haciendo ejercicio y estoy comiendo prácticamente sólo verdura y yogurt. Soy consciente de que no puedo extenderlo. Pero otro anuncio de instagram me convence de que bajo ningún concepto puedo perder la línea durante la cuarentena.
“Mi madre ya se ha dado cuenta de que mis platos apenas tienen comida y de que evito sentarme acompañada a la mesa”
Al quinto día los mareos son más evidentes. No puedo hacer ejercicio. Y eso me hace sentir un pánico atroz. No puedo comer si no puedo hacer ejercicio porque no voy a salir a la calle y por tanto no voy a quemarlo con movimiento. Algo grita en mi interior. Vomito. Miento y digo que los mareos me lo han provocado. No admito que aunque tenía náuseas he acabado provocandómelo.
Al octavo día entiendo que no puedo seguir así. Mi madre ya se ha dado cuenta de que mis platos apenas tienen comida y de que evito sentarme acompañada a la mesa. Mi mente no piensa con claridad y siento que estoy perdiendo el juicio.
Llevo unos días comiendo mejor. Haciendo ejercicio cuando me apetece moverme e intentando distraerme para que mi cerebro no piense constantemente en mi físico. Pero me miro al espejo y la imagen que veo no me gusta. No me siento yo. No me visto como cuando salíamos a la calle, no me maquillo y llevo gafas todo el tiempo. Por si fuera poco, mi comportamiento ha acentuado mis ojeras y me pregunto por qué mi inteligencia me abandona cuando el monstruo me gana la partida.
Y pienso en cuántas personas están como yo. Con el cerebro martilleándoles cada vez que la ansiedad de la situación les hace querer comer patatas fritas o chocolate. Con el cerebro hirviendo cada vez que alguien vuelve a subir su rutina de ejercicio o un anuncio promete un cuerpo diez cuando estemos fuera. Con el cerebro derritiéndose cuando sienten que han comido demasiado y la falta de actividad no va a hacer que las calorías desaparezcan. ¿Cuántos cuerpos como el mío sufrirán los estragos del monstruo reapareciendo sin nadie que se dé cuenta y pueda evitarlo?
“400.000 personas padecen trastornos alimentarios en España. Casi 1 de cada 10 españoles padece algún tipo trastorno alimentario”
Y pienso que menos mal que no estoy sola de cuarentena y que volví a casa. Que cuando esto pase habrá que pedir ayuda. Y que gracias mamá, por hacer que los rugidos del monstruo vayan perdiendo la voz, porque sola, lo reconozco, no soy capaz de vencerlo del todo.