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Parte II: Testimonio de una sobreviviente

*Leer parte I…

Nunca uso vestidos, me encantan, sin embargo, me hacen sentir mal porque cualquiera se cree  con derecho a gritarme cualquier obscenidad y no tengo ganas de estresarme en la calle por  simios retrógrados vestidos de hombres. Ese día me puse el vestido más lindo que tenía. A veces  extraño usarlo. No sé qué pasó con él, seguro lo tiré o regalé. No tengo registro de eso tampoco. 

Pasamos la noche en el Matienzo, probablemente uno de mis lugares favoritos en Capital Federal,  y que agradezco que el año que viene ya no abra sus puertas en el mismo domicilio en el que  estuvo durante tantos años. Quizá así pueda aminorar un poco este recuerdo y me permita volver  a disfrutar de la comedia que tanto me gusta. 

La idea de no volver a casa esa noche la propuse yo. Todo había salido de mi voluntad. Ahora,  viéndolo en retrospectiva, parecería como si todo hubiera estado diagramado por él,  aprovechando las ganas que me nacían y haciéndose desear para que todo pareciera mi idea. Era  obvio que él no se iba a negar ante la idea. Encontramos un hotel, que como tonta, encima pagué  yo. Todo parecía mi iniciativa. Sigo creyendo que lo fue. Por eso me repudio el haber estado ahí,  porque todo surgió debido a mis propuestas.

Cuando entramos a la habitación él fue a bañarse. Todavía sigo teniendo inseguridades con mi  cuerpo, me cuesta desnudarme físicamente ante cualquier persona, incluso más que antes. 

Cuando salió de la ducha fumamos un poco porque yo estaba muy nerviosa. Ya habíamos estado  desnudos en una cama el día anterior, no tenía sentido que estuviera nerviosa esa noche. 

Él se puso a hacer un par de chistes estúpidos. Soy de reírme con cualquier cosa, pero su humor  me parecía nauseabundo. Cuando empezamos a besarnos ni siquiera me sacó el vestido. Era como  si mi cuerpo le diera asco. El único lugar al que atinó fue a mi vulva, y ni siquiera para estimularla  sino para encontrar ese agujero en el que me había convertido. 

Le recordé del preservativo, se lo puso de mala gana creo. Me subió arriba de él y frotó su pelvis  contra la mía. En un instante pasó todo, como si estuviera fuera de mi control, como si yo no  hubiera estado consciente. Se sacó el preservativo y me dijo “sólo te voy a rozar un poco” y me  paralicé sin frenarme. No quería seguir, tampoco se lo dije. De mi boca no salió ni una sola  palabra. Mi cuerpo se volvió tieso, éramos dos personas, pero sólo él se movía. Todavía puedo  sentirlo mientras los labios de mi vulva laten. No laten de placer, laten porque sienten la  penetración que no quería en mí. La carne revive el instante una y otra y otra y otra y otra vez, en  un bucle infinito. Él no debió sacarse el preservativo, no le quito responsabilidad, pero después de  un pero nunca hay una validez. 

El orgasmo más desagradable que recuerdo fue durante ese abuso. Él eyaculo fuera de mi cuerpo,  pero aun así me siento denigrada. Fui al baño luego, todavía con mi vestido puesto. Seguía  petrificada, no entendía lo que acababa de pasar, ni de por qué me sentía tan mal, ni de por qué,  si tan mal me sentía, había tenido un orgasmo. Todo estaba mal y al mismo tiempo nada tenía  sentido. 

Él se fue a dormir enseguida, yo me quedé hablando con alguien por whatsapp. Al día siguiente  nos llevaron el desayuno y al mediodía fuimos los últimos en irnos. Me llevó a un parque muy  lindo, me habló de sus amigos y de cómo preparaba la droga que consumían porque a él era a  quien le quedaba más rica. Me invitó a conocerlos y le dije que arreglábamos, que no había  problema. Solamente quería irme a mi casa, algo seguía estando mal. Le insistí de que me llevara a  la parada. Quiso quedarse, supuestamente, pero le dije que se fuera y yo esperaba el colectivo. Así  fue. 

Cuando subí al 15 le escribí a mi amigo. Yo pensé que él era mi amigo, pero en realidad era un ex  disfrazado de “todavía te tengo ganas y si no estás conmigo todo me molesta”. Le conté lo que  había sucedido comenzando con un “te pido por favor que no me hagas comentarios al respecto,  solamente necesito contar lo que me pasó”, pero él fue egoísta porque me culpó del abuso que  había sido cometido hacia mí. 

El hombre que abusó de mí volvió a escribirme unas cuantas veces, cada una sin respuesta de mi  parte. No entendía qué había pasado, solamente sabía que no quería que se repitiera. 

Hoy, antes de conocer íntimamente a alguien, tengo la costumbre de dejar en claro cuál es mi  método de cuidado a la hora del sexo, de que no admito peros ni excusas. Me molesta un poco  hacerlo porque debería ser implícito el hecho de respetar a la otra persona, algo así como lo  básico.

Luego de lo sucedido estuve más de año y medio sin contacto sexual con alguien. La chica de  Capilla del Señor que decía ser mi amiga se reía de que no mantenía relaciones sexuales, se  burlaba de mis muros levantados mientras alzaba banderas de luchas feministas y  heteronormativas que contaré en otro momento para no quitar el foco de este testimonio. 

Me llevó años poder expresar lo ocurrido sin temor al qué dirán, porque según quienes odian a las  mujeres, somos nosotras las responsables de sus actos. Yo soy lúcida de mis responsabilidades y  tengo la conciencia limpia porque aprendí que los psicópatas y narcisistas son capaces de  cualquier cosa con tal de retorcer la realidad. 

Crecí sabiendo que todo lo que sube, tarde o temprano, baja. Hoy estoy tranquila, en paz con mis  proyectos y mi piel. Si alguien intenta responsabilizarte por actos ajenos, recordá que sos un ser  con empatía y el mero hecho de cuestionarte la culpa que el opresor coloca sobre vos te convierte  instantáneamente en sobreviviente.

Valentina Romero

Autora de Asado violento y Caminantes. Fundadora de Júpiter producciones.

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