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Parte I: Testimonio de una sobreviviente

sobreviviente

Creo que fue en enero de ese año, hacía muchísimo calor. Me había mudado a Benavídez, era la  segunda vez de tres o cuatro que retomaba la comunicación con mi mamá. El 15 no venía más y yo  estaba dudando de si ir el tercer día de prueba a ese trabajo que había conseguido en Unicenter.  Al principio me parecía copado, yo trabajando en un lugar tan recurrente. Me hicieron creer que lo  multinacional era piola. Mirá como desvío el foco de nuevo. 

En fin, el 15 no venía más. Me estaba cagando de calor, me empezó a dar ansiedad el pensar en si  seguir yendo o no. Hasta que después de hora y media esperando en la parada me decidí a no  hacer más rico a un hombre que se aprovechaba de la necesidad de mujeres. No quería otra vez  un jefe que me maltrate como había hecho él los dos días anteriores. 

Mi mamá me pregunta si ya subí al colectivo y le respondo que estoy harta y cómo hago para  llegar a donde están ellxs. Ella me indica y yo empiezo a caminar por Avenida Alvear para tomarme  el 203 a Pilar. Apenas llegué a esa parada cayó el colectivo. En menos de tres horas había llegado a Capilla del Señor. Ese pueblito lo único que me trae son recuerdos de mierda, como la “amiga”  que en realidad competía conmigo y buscaba romper mi autoestima, y también como lo que te  estoy narrando acá. 

Cuando llegué a la estación me estaba esperando mi mamá, con la oriunda del pueblo y la pareja  del hombre que abusó de mí. Caminamos hasta llegar a esa laguna. Ni idea si era una laguna, un  río, qué sé yo lo que era, la gente iba a disfrutar, se bañaban y pasaban el día. 

El novio de mi mamá de ese momento llegó después que nosotras, que íbamos caminando, con él  en su moto. Mientras hablaban mi mamá me dijo “él es uruguayo” y mi reacción fue el meme de Shrek. No entendía si mi mamá se había dado cuenta que me sentí atraída por él o era el típico comentario de persona extranjera que se emociona cuando se encuentra con su gente. 

No presté atención, no quería mirarlo, no quería que se me notara. Su novia estaba al lado mío,  era muy graciosa. Siempre me gustó la gente que dice boludeces, quizá porque me siento  identificada. Ella me hacía reír muchísimo y eso me generaba un desencuentro emocional cuando  él la miraba mal. Para mí, la risa es la conexión más genuina del amor. ¿Cómo podés enojarte con  quien intenta todo por hacerte reír? 

Cuando terminamos de comer y me tocó bajar a mí por una especie de cascada rocosa, él me  sostuvo la mano, me ayudó y yo sólo buscaba la forma de no cruzar miradas con él, me odiaba a  mí misma por sentirme atraída. 

Mis intentos no valieron de absolutamente nada porque casi dos meses después nos vimos, lejos  de ese pueblo maldito. Él estaba viviendo con la madre en su departamento de capital federal  porque se había separado de ella y lo único que le había quedado fue la moto.

Cuando llegamos a la casa no había nadie. Fumamos un porro y yo decía giladas porque así soy,  me gusta hacer reír a la gente diciendo pavadas. “Me caes bien” me dijo entre sonrisas y me  resultó inevitable rematar con un “yo también me caigo bien”. 

Me preguntó cuántos años tenía. “Mañana cumplo 26”. 

El primero en dar un paso fue él, no sin antes decir la frase que, años más tarde, iba a entender: “sos muy madura para tu edad”. 

Él tenía creo que un poco más de la edad que tengo hoy mientras escribo esto. Probablemente 31  o 32, no más. 

No me acuerdo cómo se sintió el beso. Me acuerdo de todos mis primeros besos, pero el suyo no  lo registro. Los movimientos nos fueron llevando a la cama y cuando estábamos desnudos le dije que se pusiera el forro. 

Ahí me dijo que él no usaba, una parte de mí entró en pánico, la otra parte, esa a la que no le  importaba nada, puso firmeza y límite con un claro “yo sin forro no cojo”, que lo obligó a ponerse el látex. 

No pudo mantener una erección, pero no iba a dar el brazo a torcer. Nos vestimos, me pidió  perdón y cuando íbamos a comer algo, llegó su mamá. Ella me miró de reojo y me sentí muy incómoda, algo no estaba bien. 

Cuando él regresó de tener una breve conversación con su madre, le dije que quería irme. Me dijo  que me quedara tranquila, que estaba todo bien, que ella solamente estaba cansada. De todas formas, insistí con irme, quería volver a mi casa, había algo que me decía que corriera. Me llevó a  la parada y mientras esperábamos atinó a darme un beso que esquivé, no sé por qué. 

Subí al 15 y no recuerdo nada del viaje, pero recuerdo que cuando llegué a casa le escribí  porque al día siguiente estaba la Jam de Stand Up y además era mi cumpleaños. Claramente me dijo que sí y al día siguiente nos volvimos a encontrar en el mismo lugar.

Continuará…

Valentina Romero

Autora de Asado violento y Caminantes. Fundadora de Júpiter producciones.

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