En este encierro tan inesperado como aburrido, todos vivimos situaciones sorprendentes al encontrarnos cada día con nosotros mismos. Al principio, lo tomamos como un parón agradable de nuestros días de estrés, como un regalo, como unas vacaciones sin días de Sol ni playa.
“Quiero pensar que esta situación, nos cambiará personalmente para mejor”
Sin embargo, los días van pasando y aquí seguimos. Nuestro ser interno, va dando pasitos y poco a poco llega un día en el que te despiertas dándote cuenta de que no sabes bien quién eres. En el mejor de los casos, serás aquel que creías ser y agradecerás descubrirte un poco más. Pero en otros muchos casos, te plantearás si eres el que creías ser. O peor aún: el que querías ser.
Como muchos dicen, quiero pensar que esta situación, nos cambiará personalmente para mejor. Pero cuando oigo esto, siento que esta frase, está cogida con hilos muy finos. Estoy segura de que eso es lo que pensamos ahora, pero… ¿qué pasará cuando volvamos a nuestra actividad habitual?
En estos días extraños, a menudo viene a mi memoria una situación ridícula y triste que viví en un supermercado los días previos al confinamiento. Incrédula de que llegara la situación que ahora estamos viviendo, fui a realizar mi compra semanal. Allí me encontré con un ambiente que rozaba la histeria colectiva: solo estaba agotado el papel higiénico, pero el resto de estanterías iban camino de sufrir una situación similar. Había personas que hacían pirámides por encima de sus carros. Intentando aislarme de esta situación, me decidí a hacer mi compra habitual. A mi alrededor, las personas se empujaban para después pedirse perdón de una forma apresurada y nada sincera. Llegué a pensar que igual debería dejarme arrastrar y estar un poco más preocupada por lo que no tenía en los armarios de mi casa.
“Vivir una situación en la que somos todo solidaridad”
En este monólogo andaba mi mente, cuando alguien me arrebató de la mano un calabacín que tenía como destino mi frigorífico. Mi mano se quedó inmóvil, alcé la vista para conocer al autor de tal acto. Allí estaba un hombre que rondaba mi edad, cogiendo todos los calabacines que estimaba oportuno para sobrevivir más de un año encerrado en su casa. Me quedé asombrada con la cantidad de productos que llevaba su carro. Observé su nivel de estrés ante el esfuerzo que realizaba por hacer acopio de tanta cantidad de comida. Para poder perdonar su estupidez, intenté realizar hipótesis que justificaran su actitud: tal vez tenía 10 hijos o más, o le habían encargado la compra toda su comunidad de vecinos… En ningún caso, pude justificar que me quitara un calabacín de la mano teniendo otros 4 en la cesta.
Decidí no pensar más en ello y seguí a lo mío intentando olvidar aquel acontecimiento. Sin embargo, en el mes que llevamos ya de confinamiento, he pensado mucho en aquella persona.
Hemos pasado de vivir una situación en la que la falta de escrúpulos hacía que algunas personas fueran capaces de cualquier cosa con el fin de conseguir su objetivo, a vivir una situación en la que somos todo solidaridad. ¿De verdad que era así de fácil?
Quiero pensar que es real, quiero pensar que este tiempo de parón nos ha hecho recapacitar. Quiero pensar que hemos dejado de ser tan egoístas. Ahora que hemos vivido el miedo que provoca saber que no es tanta la supremacía de la naturaleza humana, quiero pensar que realmente nos hemos vuelto solidarios, que realmente nos quedamos en casa por proteger a nuestros mayores y a los más vulnerables, y no porque se nos ha impuesto.
Quiero pensar que este tiempo extraordinario que nos ha regalado la debilidad del ser más inteligente del planeta, va a acabar con la faceta estúpida e inhumana del “ser humano”.
Quiero pensar que cuando volvamos a salir a la calle, nos relacionaremos con más respeto y que pensaremos en el resto de las personas tanto como en nosotros mismos. Esperemos tener el placer de comprobarlo.