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La libre moral del capitalismo en la gestación subrogada

Fuente: Pixabay

La eterna dualidad entre el placer y la razón. La moral y el deber. Entre la libertad mercantil o el control estatal. El avance plausible y veloz de un capitalismo voraz que permite entrever como nada es nuestro, mientras se suceden debates eternos sobre legalizar o no según qué cosas. Cuando las actividades en las que se cosifica o sexualiza el cuerpo de la mujer entornan un debate abierto y encarnado. El contexto no es una industria que busca dar rienda suelta a las libertades, ni un uso emancipado de su propio cuerpo, sino una extensión de la mano de las grandes empresas ante todo aquello que nos rodea. 

“La libertad en un mundo en el que reina el dinero, es solo dada a aquellos que lo poseen y pueden escoger a partir de él”

En un mundo gobernado por la economía, donde Adam Smith compite con Karl Marx por ser un autor más citado que leído, la libre elección se convierte en una broma de mal gusto, que pertenece a quien puede escoger. El poder elegir se rige, sin condición, por la capacidad económica, física, psíquica y personal, de hacerlo sin un condicionante mayor que su propia condición de ser y pensar. En otras palabras, la libertad en un mundo en el que reina el dinero, es solo dada a aquellos que lo poseen y pueden escoger a partir de él. Desde el momento en el que se presente una condición externa que actúe como impedimento, no estamos escogiendo en libertad.

En apariencia, la regulación de la gestación subrogada abre la veda a un mundo nuevo para parejas homosexuales. En mi opinión, una excusa para crear una familia en aras de la diversidad, mientras se extorsionan a mujeres de clase baja para hacer el trabajo sucio, en países que no garantizan los derechos humanos como es el caso de Ucrania, el más cercano y económico para las familias españolas que optan por esta vía.

“Mujeres que sirven de lazo de unión para que quien puede pagar por la vida ajena, la posea y quien no, sea solo un vientre de alquiler”

En aquella mujer que se presupone libre, pero que no llega a fin de mes, donar su cuerpo para que otros tengan un vástago a medida, es en palabras claras y concisas: servir. Servir de lazo de unión para que quien puede pagar por la vida ajena, la posea y quien no, sea solo un vientre de alquiler. Tener un hijo, en un mundo posmoderno, revolucionado (que no revolucionario) es ahora optar a comprar por un tiempo concreto el cuerpo y vida de una persona. Esa persona, mujer biológica con capacidad reproductiva, cede su libertad a las leyes moralmente correctas para el mercado y menos o nada para sí misma. Encarna en su propio ser los cuentos de la cigüeña que nos contaban de pequeñas.

“Tú libertad termina donde empieza la del otro”

La falta de camino, en este caso no puede ser excusa, existen otros medios para personas que por enfermedades crónicas, imposibilidad y un largo etcétera, son infértiles, como por ejemplo la fecundación in vitro o la adopción. Ahora, comprar bebés adornados con banderas de colores como ya lo ha hecho Miguel Bosé o Ricky Martín, es disfrazar de activismo LGTBI el uso mercantilizado del cuerpo de una mujer. Dan su motivo para lo injustificable. Y olvidan un principio tan esencial como el de Jean-Paul Sartre  de “tú libertad termina donde empieza la del otro”.

Andrea Domínguez

Periodista y fotógrafa. Activista por un mundo en el que quepamos todxs.

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