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Imagina que tu agresor aún tiene fotos de ti

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Fuente: Sandy Ching/ Unsplash

Son las 03:27 de la madrugada de un miércoles y no puedo dormir. En unas horas tengo una reunión importante con mi casero que puede ser decisiva para mi futuro habitacional y debería estar lúcida, pero no soy capaz. El corazón me palpita rápido y me remuevo continuamente mientras mi mente proyecta en bucle la situación que he vivido en el metro esta tarde. Y todos los finales alternativos posibles.

“Con la mirada de la señora no me había percatado del tipo que tengo sentado al lado en el metro”

En mi recuerdo, el capítulo empieza con la señora que tengo sentada en frente. Noto que mira mucho hacia mí pero no sé bien por qué. Creo que está fijándose en algo mío: mi pelo, mi ropa… “Igual es por la huella de barro que me ha dejado mi perro en el abrigo”, pienso. Pero de pronto me doy cuenta de que es otra cosa. Con la mirada de la señora no me había percatado del tipo que tengo sentado al lado. Está muy cerca. Y me está mirando fija y descaradamente. Le miro con el rabillo del ojo. Veo su cuello girado 90 grados hacia mí, su sonrisa socarrona y su mirada desafiante. Me intimida. Y en un acto reflejo desvío la mirada hacia el cristal de en frente. Por miedo, pero también para no perderle detalle. Él se da cuenta y se gira hacia el cristal, devolviéndome la mirada impasible. Sigue muy cerca.

Me pongo nerviosa. No sé cómo reaccionar. No sé bien explicarlo pero estoy muy incómoda y algo asustada. Abro WhatsApp pensando en escribir a alguien para distraerme. Pero dudo. Está tan cerca que puede leerme perfectamente la pantalla. Bloqueo el móvil.

“Se coloca con la pantalla girada hacia mí, casi como si quisiera que la viera yo. Y comienza a pasar imágenes pornográficas”

De pronto el tipo quita su mirada de mí para coger su móvil. Respiro un segundo. Pero solo uno. Al momento, se coloca con la pantalla girada hacia mí, casi como si quisiera que la viera yo. Y comienza a pasar imágenes pornográficas. 

No sé exactamente lo que son. No miro fijamente pero no me pierdo sus movimientos por el rabillo del ojo. Distingo pezones y ropa de encaje. Y entonces ocurre. Abre la cámara frontal y se gira aún más. Y me hace una foto.

Y me ocurre. Me abandona el miedo y me invade la rabia. Apenas acaba de hacer la foto pero me veo en la pantalla de su móvil. Y como un acto reflejo se lo arranco de las manos.

“¡Me acabas de hacer una foto!” Le digo, sosteniéndolo. Tardo menos de un segundo en comprender que le acabo de quitar el móvil y tengo las de perder. Así que se lo devuelvo en un gesto rápido acompañado de un “bórrala ahora mismo”.

Empieza la discusión. El tipo me vacila. No la borra. Le pido que se levante del sitio, que bastante incómoda me está haciendo sentir ya, pero me dice que si no quiero estar allí que me vaya yo. Intento varias vías, pero ni borra la foto ni se va. Y yo tengo que seguir en el vagón hasta Acacias. Así que como último recurso le digo que de baje del tren conmigo, que vamos a ir juntos a seguridad.

“Porque así es el patriarcado, a nosotras nos vacilan pero a ellos les hacen caso”

Es entonces cuando un señor se acerca y le pide que la borre “o te meto un cabezazo”. Otro dice que va a llamar a seguridad. Entonces el tipo reconoce por primera vez que sí, que me ha hecho una foto. Porque así es el patriarcado, a nosotras nos vacilan pero a ellos les hacen caso.

Sin embargo el tipo sigue sin borrar la foto. Dice que se la ha enviado a una amiga por Facebook, que ha hecho la foto directamente desde la app y que no la tiene en la galería. El resto del vagón empieza a interesarse por el tema, pero el tipo no la borra, ninguna de las amenazas se cumplen y no parece que vaya a pasar nada. Me queda solo una parada para bajarme y me frustro porque esto no está llegando a ninguna parte.

“El machismo te ataca así en cualquier momento y se supone que tienes que aguantarlo y combatirlo sea cual sea tu contexto”

Y me jode mucho. Porque yo hoy no tenía un buen día. Ni una buena semana. Y no necesitaba para nada esto. No me viene bien. Pero el machismo te ataca así en cualquier momento y se supone que tienes que aguantarlo y combatirlo sea cual sea tu contexto.

Mi contexto general es muy complejo, como el de todas, y no voy a resumir 28 años de vivencias en un párrafo. Pero en el contexto particular, en ese momento venía de firmar el finiquito de mi último trabajo, cosa que no había sido agradable. Y el día anterior acababa de abrir un melón con mi psicóloga sobre unas agresiones. Y eso me había dejado especialmente removida, convulsa y vulnerable. 

Pero este tipo no se había planteado nada de lo que me hubiera podido pasar. Porque no me había mirando como a una persona, sino como a un objeto. Y la indignación da paso entonces a la acción. Y antes de levantarme, le dedico unas palabras de despedida.

“¿Sabes qué pasa? – le digo – “Que te crees que las mujeres somos objeto de consumo, pero no lo somos. Que te crees que puedes hacer esto y usarnos y hacerme una foto para enviarla a tus amigos y te parece tan normal. Pero no lo es. Porque yo no voy haciéndote fotos para mandarla a mis amigas ni tienes miedo de que eso te pase. Y como te parece normal, lo haces y normalmente no pasa nada. Pero es que justo hoy me has pillado hasta el coño y no lo he dejado pasar. Y tienes suerte, porque te estaré montando un pollo, pero como tengo prisa me voy a bajar en la próxima parada y no te voy a denunciar. Pero quizás la próxima vez que lo hagas no tengas tanta suerte. Así que más te vale dejar de hacerlo ya”.

No es el mejor de los discursos, pero es el que me ha salido improvisado. Me levanto y me voy fingiendo normalidad, aunque en realidad me tiemblan las piernas y empiezo a sentir los síntomas de una bajada de tensión.

“No es ni de lejos la agresión callejera más fuerte que he sufrido. He vivido que me persiguieran masturbándose”

Es enfado, es impotencia, es rabia, ira, injusticia y frustración. Es muchas cosas que se han generado en ese momento y que me han acompañado hasta la cama. Porque no es ni de lejos la agresión callejera más fuerte que he sufrido. He vivido que me persiguieran masturbándose. O que me agarraran en un baño con intención abusar de mí si no me hubiera zafado a tiempo. 

Pero no se trata de poner esto en un ranking de agresiones. Se trata de que aunque a ese tipo no le importase, para mí era la gota que colmaba el vaso. Que tengo una mochila cargada de machismo a mis espaldas y a las 04:23 de la mañana tengo mi vida paralizada por un tipo que seguramente ahora esté durmiendo a pierna suelta.

Se trata de que han vuelto a hacerme sentir menos persona, de que han abierto de nuevo viejas heridas. Y aquí estoy yo, a las 04:31, intentando devolverme la humanidad y la dignidad que ellos me quitan.

Rocío Esperilla

Productora, feminista, vegetariana y bisexual. Ideal para una cena familiar.

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