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Historia de un perro callejero

Fuente: Lauren Kay/Unsplash

Mi cuerpo se hace pequeño, se queda sin fuerzas, ni siquiera responde al miedo de ver cerca a una humana. Y me quedo quieta, no intento defenderme. Tengo tantas heridas que el dolor invade todo mi cuerpo y dejo que este ser que cada vez está más cerca, haga conmigo lo que quiera. No creo que pueda superar las aberraciones que ya me han hecho hasta acabar aquí y así. 

Mi nombre es Nusa, soy una mastina de casi tres años, nací entre rejas, en un recinto de unos 4 metros cuadrados. Éramos cinco hermanos,  pero nuestro amo cogió a los demás y los metió en una bolsa negra a los dos días de llegar al mundo. No sé a dónde los llevó, pero nunca volvieron. Yo me quedé con mamá porque le parecí bonita al hijo del amo. 

“Recuerdo cómo mamá los llamaba y los buscaba por los rincones de aquella celda, día y noche. Hasta que desistió”

Estuvimos juntas unos 2 meses, en ese lugar. El amo no nos dejaba salir fuera y hacíamos nuestras necesidades dentro, nos ensuciábamos muchas veces porque yo era muy juguetona y no paraba quieta. Menos mal que mamá me limpiaba después. Pero estábamos llenas de moscas y unos bichos que picaban muchísimo.

Un día me levanté y sentí un dolor fuerte en la tripa, en mis heces había sangre y parásitos. Mamá me metió en su regazo para calmarme. Entonces llegó el amo, al ver todo lleno de excrementos con sangre y algún vómito, se puso como un energúmeno a chillar. Abrió la puerta y me arrebató de los brazos de mamá. Yo empecé a llorar y mamá a ladrar, pidiendo que me dejara de nuevo allí con ella. 

El amo me metió en un coche y cuando nos alejamos lo suficiente para no volverme a cruzar en su camino, me arrojó por la ventanilla del coche. Cayendo entre los hierbajos del  arcén de una carretera secundaria.

De repente escucho unos pasos que cada vez se aproximan más a donde yo estoy. Al mirar hacia atrás encuentro a un señor con 3 perros, eran galgos. Me cogió y me llevó al veterinario. 

“Tenía parvovirus, por no haberme vacunado a tiempo. Este señor me llevó a otro campo y me curó”

Esta vez no estaba encerrada como cuando estaba con mamá. Pero ahora me pusieron un collar y me amarraron con una cadena de 2 metros. De esta manera fui creciendo. Apenas tenía espacio para estirar mis patitas, no podía correr detrás de las mariposas que se posaban en mi nariz… A veces forcejeaba con la correa para intentar escapar. Me sentía atrapada, desesperada por ser libre y correr a buscar a mamá.

Pasaron dos años y yo seguía allí, en las mismas condiciones. Este hombre me echaba agua y comida una vez al día y, de repente, dejó de hacerlo. Estuve 4 días sin comida, el agua se estaba acabando y yo no paraba de aullar pidiendo auxilio, moría lentamente de hambre. El humano llegó con un palo y me golpeó varias veces seguidas. Estaba tan hambrienta y sentía tal dolor con cada impacto que caí exhausta. 

Cuando desperté estaba en una autovía, amarrada con una cuerda al  quitamiedos del arcén, a 40°C. El cemento ardía, me estaba quemando. Comencé a tirar de la soga con todas las fuerzas que me quedaban, la mordí y finalmente conseguí soltarme. Emprendí camino sin rumbo. Me costaba respirar; tenía alguna herida que no paraba de sangrar y las costillas me dolían muchísimo. Entonces escuché un pitido que casi me deja sorda, al levantar la cabeza… ¡POM!

Me encuentro volando y a los pocos segundos, caigo al suelo. Doy algunas vueltas, mi cuerpo cruje en  varios sitios. Me han atropellado. No puedo moverme, ni tengo energía para intentarlo. Cierro los ojos y pienso en mamá, ella me cuidaba. Siempre fui buena y no sé porqué el ser humano me trató así. 

En este punto volvemos al inicio de la historia. Aparece la tercera persona que se cruza en mi vida. Pienso que acabará conmigo porque no puedo luchar más por vivir. Pero sin saberlo aún, es el billete hacia una vida totalmente desconocida para mí.

“Por fin me acercan un plato de comida, llevaba 6 días sin llevarme nada a la boca”

Me coge con la ayuda de otro conductor que paró para socorrerme, me meten en el coche y nos vamos. En el trayecto, estira su mano hacia el asiento trasero donde estoy derrumbada y me acaricia la patitas, la siento llorar, preguntándose porqué tiene que pasar esto, qué será lo  que me han hecho. 

Llegamos a una clínica, me hacen pruebas y tengo 2 costillas rotas, fémur machacado de la pata izquierda delantera, ehrlichia y leishmania avanzada. Además de varias contusiones por todo el cuerpo. Por fin me acercan un plato de comida, llevaba 6 días sin llevarme nada a la boca. Y agua, bebo mucha agua, como si no hubiera un mañana. 

Me quedo ingresada y me operan 3 veces. En todo este tiempo la chica que me rescató viene diariamente a verme y me trae unas comidas caseras que me encantan. 

Después de 24 días en la clínica, me dan el alta. He perdido una pata. Aún así puedo mantenerme en pie y ando bastante bien. No sé a dónde me llevarán ahora, si me dejarán en otra finca a mi suerte.

Sin embargo, esta vez acabo en una casa con jardín lleno de flores. Hay otro colega peludo que se le ve bastante animado y no está amarrado, no veo jaulas por ningún sitio. Respiro aliviada, creo que no me van a encerrar ni a atar. Y aparece ella, una señora de unos 60 años, viene corriendo hacia mí, se pone de rodillas, me abraza y me llena de besos. 

Se despide de la chica que me salvó y coge mi correa. Me quiere llevar con ella hacia su casa, pero yo estoy muy asustada, no sé qué quiere hacer. Así que vuelve a sentarse conmigo, me abraza, me acaricia, me habla con una dulce voz a pesar de que no entiendo nada de lo  que dice. Desaparece un momento y vuelve con una caja de chuches. Están buenísimas. Poco a poco me va llevando hacia donde quiere. 

Y llega el momento, el momento de conocer mi hogar, ese lugar donde voy a estar a salvo el resto de mi vida, donde voy a tener una cama al lado de la chimenea y del aire acondicionado, donde voy a tener espacio para correr, donde me van a dar la mejor alimentación que he tenido en mi vida y sobre todo, donde me van a respetar y querer como un ser vivo que siente, que es fiel a las personas que lo cuidan, que da lametones y está al lado de ellos siempre, en las buenas y en las no tan buenas. 

“Ahora no tengo amo, ni tengo dueño, ahora tengo familia, estoy libre del maltrato y conozco la felicidad”

A veces me pregunto qué habrá sido  de mi mamá. Ojalá no haya pasado lo mismo que yo pasé y, de alguna manera, haya podido ser feliz.

Sofía García Núñez

Concienciada con el bienestar animal y medioambiente.

1 Comentario
  1. muy buena historia yo tengo un perro que lo adopte, ahora es feliz como una lombriz con una familia que son, beetoben (otro perro que esta en casa), panfilo, panfila y coqui que son unas tortugas que son libres y andan en el jardin y casa, blass un conejo muy travieso que tambien esta en la casa y jardin, gustavo y gustavita son dos iguanas tambien muy traviesas, lorenzo y paquito son unos loros pero bien loros puro gritar en la casa y los peces que ellos viven en su peceras porque no pueden salir pero todos libres sin jaula. todos en la casa. mis papas se llaman jose luis y toñita .

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