‘El 50% de desempleo generado por el COVID-19 afecta a menores de 35 años’; ‘La historia de los millennials: Dos crisis y muchos planes que se vuelven a aplazar’; ‘La depresión post-pandemia será el único momento que quizás permita a la ‘generación perdida’ comprarse un piso’…
“El mundo se ha parado en seco y el impacto del virus, a nivel económico y social, va a ser inmenso”
No cabe duda. Los titulares que encabezan los periódicos de nuestro país en esta época de ‘desescalada escalonada’ (si lo dices tres veces frente a un espejo quizás aparezcan todos esos políticos que no han dado la cara ni un día durante el pico de la pandemia) son verdaderamente estremecedores. Estas afirmaciones tan severas no sólo le roban el aliento a cualquiera, sino que también emiten cierto tufillo manipulador que merece ser analizado. Me explico.
La mayor parte de la ciudadanía de este país es consciente de que el camino que nos queda por recorrer hasta recobrar cierta normalidad va a ser largo. El mundo se ha parado en seco y el impacto del virus, a nivel económico y social, va a ser inmenso. Asimismo, parece razonable pensar que la recuperación requerirá de nuestra creatividad e imaginación. Lo que muchos miembros de la clase política olvidan es que esta situación de necesidad, aunque acentuada ahora por unas circunstancias extraordinarias, no es nueva para el pueblo español, el cual ya carga con muchas lecciones aprendidas a sus espaldas.
“No nos pueden vender, a una de las generaciones más preparadas de la historia, que seguimos sin ser lo suficientemente buenas o luchadoras”
España lleva más de 10 años escupiendo, expoliando, maltratando y, en determinados casos, explotando a su clase trabajadora (joven y no tanto). Mucha gente se ha visto forzada o ha decidido irse más allá de nuestras fronteras en busca de una vida, quizás no mejor en muchos sentidos, pero sí digna. Este país ha usado la excusa europea para evitar responsabilidades de muchas maneras, entre ellas, costeando iniciativas de educación privadas con fondos públicos bajo la falsa premisa del marco de educación único europeo, incrementando significativamente las cargas económicas para el acceso a educación superior (no sólo se está vaciando la sanidad pública), estableciendo requisitos habilitantes como maestrías en centros privados no subvencionados para poder ejercer determinadas carreras profesionales… y todo en pos de la ‘excelencia académica’, del ‘España tiene mucho que mejorar si quiere ser un país competitivo’ y del famoso ‘no sabemos vender la marca España’.
Considero, como politóloga millennial, que ha llegado el momento de decirle a esos políticos, muchos no de carrera, que quienes nos han fallado son ellos (y que lo siguen haciendo). No se le puede echar la culpa al COVID-19 del empedrao. España tiene problemas sistémicos que han de ser atacados sin demora y que vienen de antaño. No nos pueden vender, a una de las generaciones más preparadas de la historia, que seguimos sin ser lo suficientemente buenas o luchadoras. No tienen ni autoridad, ni capacidad, ni datos para mandarnos a la guillotina con tanto aplomo, dictando además, sin vergüenza alguna, como la crisis del coronavirus definirá el fin de nuestra generación, de nuestros planes de futuro. Distinto es que quieran usar esta crisis para convertirnos en una generación perdida, desempoderada y sumisa, rendida antes de empezar.
“Veo a jóvenes que aguantan ante viento y marea, con vocación y motivación por convertirse en mejores personas y profesionales”
España, un país de tantos contrastes, comparte mucha pena y sufrimiento ‘de antes de la pandemia’. Mucha gente experimenta a diario lo que es el nepotismo, el elitismo, el clasismo y la desigualdad. Somos testigos de constantes actos de homofobia, racismo y xenofobia. Nos parece normal ver telediarios con jóvenes de veinte años, elegidos a dedo, de botellón y diciendo que no van a triunfar en la vida porque ese futuro no está en sus cartas. Como si esa fuese nuestra verdad colectiva. Nos parece responsable y realista el fomentar que la juventud deje de soñar, de intentar mejorar su entorno. Aplaudimos el bajar la cabeza y desaparecer entre la multitud. Y yo, en este caso como millennial ‘vieja’, veo esta aberración y me digo a mi misma: “lo que quieren es que nos acomodemos en la mediocridad para que no cuestionemos el estado general de las cosas”.
No sé que verán muchos de esos políticos de medio pelo, pero cuando yo abro la puerta de casa de mis padres en Madrid veo a gente pasándolo mal, sí, pero luchando, porque no queda otra opción. Veo a jóvenes que aguantan ante viento y marea, con vocación y motivación por convertirse en mejores personas y profesionales. Veo a estudiantes brillantes de Vallecas con doctorados diseñando EPIs y a mujeres gitanas de 30 años marchando por los derechos de la mujer, ambas cosas impensables hace no tanto. Veo a gente joven que trabaja durante el día y estudia de noche para poder permitirse sacarse una carrera (y alimentarse). Veo a familias de toda la Península endeudadas y pluriempleadas para que sus hijos tengan un mejor futuro y también oigo a muchos de mis coetáneos que ante esta nueva crisis plantean la siguiente cuestión: ‘¿y que hay de nuevo ahora? Llevamos casi toda nuestra edad adulta sin poder dar nada por hecho. No se nos ha garantizado un futuro, muchos dirían que incluso se nos ha robado la posibilidad de tenerlo.’
“Hay que creer en el talento y en la juventud para salir adelante”
Y aún así seguimos peleando y desafiando a las estructuras de poder que nos huelen a rancio, por mucho que nos intenten vender lavados de cara. Seguimos saliendo a la calle y diciendo en alto que no somos todo lo que mamamos, que podemos ser mejores. Que nuestros sueños y nuestros planes no acaban aquí. Que hay que creer en el talento y en la juventud para salir adelante. Que nos tienen que dar un sitio en la mesa, ahora más que nunca. Y que, de lo contrario, lucharemos por ese espacio con uñas y dientes. Nuestro futuro está en nuestras manos, no en sus titulares.
“No nos pueden vender, a una de las generaciones más preparadas de la historia…” ¿Cómo has medido esto? Es el nuevo mantra que se repite una y otra vez y ante el cual tengo muchas dudas. Mis abuelos podrían no tener estudios pero los considero mucho más sabios y preparados para la vida que tu generación de títulos de máster y PhD.
No creo que esta generación sea mejor ni peor en nada que cualquiera anterior.