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El canto del pájaro

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Entré en la habitación guiada por el canto de un pájaro que parecía desesperado. Miré hacia arriba y lo vi. Era precioso pero con solo verlo me di cuenta de que debía sacarlo de ahí. Sus ojos gritaban auxilio y su canto era angustiado, se acercó a la puerta de la jaula cuando me vio entrar, y me miró a los ojos hipnotizado.

Miré a mí alrededor y no había nadie. Parecía un lugar abandonado. Me sorprendió ver que ese pobre pájaro estaba solo ahí. La jaula colgaba de un alto muro al que me sería difícil llegar. Pero no me rendiría. Decidí buscar la forma de llegar a él y liberarlo.

Miré a mi alrededor y lo único que vi fue una silla de madera que no parecía ser muy estable. La cogí y me subí a ella sin pensarlo. Alargué mis brazos todo lo que pude pero no era suficiente, ni siquiera estaba cerca de tocar la jaula.

Di varios saltos sobre la silla aun sabiendo que en cualquier momento podría romperse. Necesitaba abrir esa jaula y verlo feliz. 

Al ver que era imposible me bajé de la silla y volví a revisar la habitación. Encontré una pequeña mesa algo más alta que la silla. Decidí probar suerte, esta vez tenía que funcionar. Me subí a la mesa con una sonrisa en la cara dispuesta a abrir la puerta de la jaula, repetí mi movimiento de alargar los brazos, pero tampoco lo conseguí, salté sobre la mesa y tan solo rocé los barrotes de la jaula con mis manos, volví a saltar más fuerte y una de las patas de la mesa se rompió. Caí al suelo y me eché a llorar sin consuelo. La caída me había provocado una herida en la rodilla derecha que comenzó a sangrar, sin embargo mi llanto era por haber fracasado en mis intentos de salvar al pájaro.

Esperé horas a que alguien llegara y pudiera ayudarme. El pájaro seguía desesperado por salir, y yo estaba agotada y dolorida.

Me senté a descansar abatida. De repente escuché una voz, alguien entró en la habitación y me preguntó qué me había pasado al verme sangrando.

Al contarle la situación decidió ayudarme. Era un hombre fuerte por lo que me subió a sus hombros para que yo pudiera abrir la jaula. Las lágrimas de emoción salieron de mis ojos cuando vi que por fin podía llegar a ella. El pájaro asustado se escondió en el fondo de la jaula. Abrí la puerta y mi ayudante me bajó de nuevo al suelo y se fue.

Me sentía feliz de haber podido liberarle. Esperé unos minutos pero el pájaro no salía de la jaula. Estaba asustado y permanecía inmóvil.

Quería verle volando y feliz, pero sin embargo parecía más aterrado que nunca. Estuve esperando lejos de la jaula a que por fin saliera. Parecía no querer salir.

De repente me di cuenta de que había olvidado a dónde iba antes de encontrar al pájaro. Llevaba demasiado tiempo ahí. Debía irme a pesar de que dejarlo solo me partiría el corazón. Le prometí que volvería, pero debía seguir con mi vida. Tenía que reconocer que, de momento, no podía hacer más por él…

El sentimiento de impotencia duele, querer hacer algo y no poder, nos quema por dentro. Pero hay que saber comprender cuándo rendirse, y cuándo seguir. 

Hay personas que gritan auxilio y a la hora de la verdad, no se dejan ayudar. El miedo les paraliza.

Seguir intentándolo es buena opción, pero seguir intentándolo frustrándonos cada día más, sufriendo el mismo dolor y quedándonos anclados al lado de esa jaula, solo nos arrastrará. 

Tal vez ahora no tengamos esa fuerza, pero puede que mañana tengamos la suficiente para transmitirla, y salvar.

Ángela Flores

Autora de “Al límite de la locura”. No puede vivir sin escribir. Amante de los gatos.

1 Comentario
  1. Qué texto más inspirador, me siento totalmente identificada.
    Bonitas palabras, me encantan tus textos.

    Gracias por compartir un pedacito de tí.

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