Todos necesitamos un escape de la rutina y del estrés. Y uno de mis lugares favoritos es la playa, sentir la brisa, el sol, el mar y la arena negra gracias a los bellos volcanes de Guatemala.
En nuestro último viaje fuimos a la playa con mi familia, disfrutamos de un fin de semana lleno de locura, alegría y momentos especiales. Nuestra locura se inicia al llegar a la casa, bajar maletas, ubicar la comida y elegir las habitaciones; mientras todo lo que quieren hacer los niños es cambiarse para disfrutar de la piscina.
Los niños son los primeros en lanzarse al agua a jugar, y nosotras nos relajamos a la orilla de la piscina, platicamos con mis primas sin dejar de ver las caritas de sorpresa y admiración de mis sobrinitos al ver que puedo caminar y nadar en la piscina sin muletas.
En la tarde, cuando el sol ya no es tan fuerte, decidimos caminar despacio en la arena caliente; siempre me gusta ver cómo las muletas se hunden y van dejando un rastro de hoyos por donde pasamos. Y al terminar el paseo, ya nos están esperando unas cuatrimotos que mi papá alquiló para que no me cueste llegar al mar. Para subir a las motos mis hermanas siempre me cargan y ayudan a sentarme en la parte de atrás y una de ellas maneja la moto con cuidado para no caernos.
Por las limitaciones de mi espalda y extremidades no me puedo sentar sola en la playa, por lo que al llegar a la orilla del mar, mi linda familia me fabrica una silla de arena para que pueda contemplar la playa, aunque a veces una ola traviesa llega hasta donde estoy y la deshace haciendo que alguno de la familia tenga que salir corriendo en mi ayuda y de las pertenencias que suelen estar cerca de mí.
Una de mis cosas favoritas y que me llena de paz es contemplar y tomarle fotos a los atardeceres y ver como cada día los colores son diferentes. Y si nos quedamos a dormir, amo ver las estrellas y, si tengo mucha suerte, alguna estrella fugaz acompañada del sonido de las olas. Esta pequeña anécdota es mi dosis de endorfina.