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A unas horas de avión

Foto AsiaNews

Era un lugar insólito para esos ojos azules. Demasiado árido para no quemarse la piel. Aún escondida tras el telón, debió de llamar la atención de todos los demás. La primera vez fracasó. Se quedó a las puertas del infierno. Pero ella estaba allí, a tres horas de avión. Y pensar que a tal ínfima distancia se desata el más estridente caos, un grave y agudo alboroto, una estampida, un ruido roto. Y ese zumbido antes de la sordera… todo eso, a tan poco, cuando ni siquiera se le evade un eco. Aquí se oye tan solo un cínico e impune silencio. Pero el caso es que volvió.

Cae la noche en la ciudad de Raqqa, Siria. No hay nubes que cubran el cielo. Solo un crepúsculo más en medio del desierto. Habían sido días tranquilos, más que en semanas anteriores, pero entre el silencio de un país en guerra, de repente, una vez más, el confuso ruido de motores alborota a los militares asentados en Al Mayadin, a poco más de 40 kilómetros de Ez Zor. No era la primera vez. Ya nadie recuerda la primera vez. Pronto esa tensa quietud nocturna volvió a recobrar su habitual calima de olor a pólvora. Aquellas posiciones gubernamentales fueron repentinamente atacadas por un grupo de combatientes. Daesh, dicen ciertas fuentes; los rusos, argumentan otras; los americanos, rebaten algunos. Y así, de repente, aquel alboroto se expandió por toda la región e invadió Raqqa.

El caso es que entre tal confusión, aprovechándola, sin identidad ni pasaporte, Monique, una mujer holandesa de unos cuarentaitantos, conseguía alcanzar aquella ciudad escondida entre guerrilleros. Estamos en 2014, el Daesh se autoproclamaba, y a través de Internet organizaba un imprudente ejército de jóvenes perdidos. Aicha, su hija de 18 años, se había convertido al Islam meses atrás después de ver a Yilmaz por la tele. Tez morena y ojos oscuros, de los que convencen. Y la convenció con falsos principios, valores, honor, porque era feroz. Hablaba de valentía, ese valor perdido que solo resucita en libros de ciencia ficción, caballería medieval, honor de capa y espada. Pues encarnaba todo aquello y ella quiso unirse en su lucha contra la hipocresía. Así que se quisieron, se casaron y se fugaron. Pero ya saben, las madres son superheroínas, en este caso, sin capa pero con velo.

Un día, tras meses de agonía, la hija le contactó y le pidió que fuera a salvarla, que quería volver. Y la madre ni se lo pensó. Y esta vez sí, sí la cruzó. A pasos firmes y disimulados, frenéticos y con sigilo, se cuentan eternos los kilómetros que soportó la ansiedad de Monique. Y la venció. Cruzó Turquía, pasó Alepo y la rescató, tras haberlo intentado todo. Ni las ONGs, ni la Comunidad Internacional, ni el Gobierno holandés le habían prestado ayuda. Solo miraban, pestañeaban, titubeaban… Y ella sola la recuperó. Nadie sabe cómo. Ni ella. Ni los gobiernos. Pero la recuperó.

La trajo de vuelta a Holanda, despavorida y asustada, tras haber sido retenidas una vez más en la frontera, y con condenas de pertenencia a organización terrorista pesando en sus espaldas. Parece mentira que ningún país fuera capaz de ayudarlas. Lo decía Henry Kissinger sobre las amantes de la Casa Blanca: “El poder es el mayor afrodisiaco”. En el fondo, la historia se ha movido por pasiones: ideología, identidad, codicia, venganza, orgullo, aventura… ese cosquilleo, mezcla de serotonina y adrenalina que segrega el organismo ante cualquier éxito. El éxito, motor de ambiciones y frustraciones. Y todo ello mueve también las relaciones internacionales. Ni siquiera la política es tan aséptica como parece. Al revés, en ocasiones, es mucho más arbitraria de lo que narran los libros de historia. Todos quieren una parcela de poder en Oriente Medio, el caos siempre dio dinero, y las intervenciones interfieren en el efímero hilo de falsos principios que acarician los estados.

Señores lectores, que ni Holanda, ni Turquía, ni Siria, ni la Unión Europea fueron capaces de localizar a una niña y su madre, solas y sin recursos, sí. Sobran renglones para pensar.

Pasan los años. Vuelve a caer la noche en Siria. Y mientras, en el avispero, rebosan gritos de rebeldes, terroristas, opositores, ejércitos y aliados. Al otro lado, en un maquiavélico juego de risk, sobre la mesa se siguen lanzando dados sobre ansias de gloria. Y así, se siguen barajando las cartas de un juego eterno mientras en Siria su pueblo sufre escombros y éxodos. Pero la sangre sorprende, porque mientras tanto, por sus fronteras, hubo una madre que se las saltó todas. Y cuántas madres más. Porque todavía ahora, a pocas horas de avión, allí se sigue desatando el infierno.

Carmen Corazzini

Periodista, chica del tiempo, cazadora de terroristas, cinéfila y presentadora.

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