Es viernes, llegas a casa, te encuentras recogida en un lugar que siempre anhelas pero que solo recuerdas cuando estás fuera.
Te llaman para quedar y con todas las ganas que tienes de comerte el mundo, aceptas y convences a esa soberanía que te acoge desde el primer día de tu vida. Esa soberanía son los padres, acostumbrados a envolverte y recogerte en un mundo creado por ellos, un mundo distinto al mundo que se encuentra en las calles. ¿Cómo les explicas adónde vas? No te queda otro argumento que acudir a la mentira y mientras lo haces sientes ese hormigueo de remordimiento, temor e inseguridad que caracteriza a un sujeto de 17 años, mientes, ellos prefieren no ver más y escuchan lo que les conviene.
Entonces comienza el plan, subes la música y te empiezas a vestir, buscas la ropa que más te favorece, te maquillas para aparentar aquella imagen de mujer que aún no eres, sales de casa, andas por las calles con paso decidido como si andaras por un mundo que ya dominas, pero que realmente no conoces, llegas y sientes el morbo de hacer lo prohibido y por un solo instante olvidas los principios que te enseñaron. Actúas sin pensar creyéndote que puedes comerte el mundo. Y cuando te encuentras en la discoteca observas; la gente baila y se ríe para evadirse de sus problemas, lo hacen de la forma más sencilla con drogas y alcohol.
Los hombres piropean a las mujeres sintiéndose soberanos de sus cuerpos, otros buscan pelea porque carecen de cabeza y les resulta más fácil recurrir a la fuerza hacia aquellas personas que por argumentos irracionales ven inferiores. Entonces disfrutas con tus amigas sin querer ver más allá, sonríes a esa gente desconocida como si les conocieras, les sigues el juego y bailas.
Y llega la hora, encienden las luces de la discoteca, te cansas y echas de menos el otro mundo, entonces decides ir a tu casa, por el camino observas méndigos muertos de frío, una pareja comiéndose a besos y otras discutiendo, un grupo de amigas riéndose…sigues caminando decidida y con algo de temor, escuchas como te silban y te vienen a la cabeza aquellas frases de tus padres y amigas: “ten cuidado, avísame cuando llegues a casa” “ que te dejen en la puerta”
Y piensas… ¿esto es humanidad? ¿se puede ser ingenua y confiar en la gente?
Por fin llegas a casa, hueles y respiras ese aire cálido que tanto caracteriza al mundo mágico, te acurrucas en tu cama, cierras los ojos y sueñas y al día siguiente solo afirmas: “Ha sido una buena noche, me lo he pasado muy bien”.
Entonces miras tu móvil, recibes mensajes de esos desconocidos y piensas…
Si un ser humano ha nacido loco lo entiendo… pero ¿por qué el resto le sigue?
Este relato es un trocito de mi diario de cuando tenía 17 años. Siempre fui una niña observadora, reflexiva y algo rebelde y mientras lo leía añoraba esas noches sin hora, sin mascarillas, con una pizca de temor y una buena dosis de locura. Ahora añoramos esa libertad de la que antes presumíamos, pero tras leer esto me preguntó: ¿Algún día fuimos libres?
Cuanta razón…que pena que a día de hoy sigamos sintiendo miedo al volver.a casa …
Que bien escribías de joven , se nota que eras observadora y rebelde como no 🙂
De juerga siendo menor y los padres haciéndose los suecos? Que vergüenza de juventud …
Precioso relato donde se narra en primera persona el machismo vigente en las calles y lugares de ocio. Desconozco la edad que tienes pero no te echo más de 27 y si ese relato lo escribiste con 17 ,diez años después sigue sucediendo…
Me sorprende tu elevada capacidad analítica para captar la energía y el ambiente de la gente.
Gracias por plasmar algo tan real con profundidad y realismo . Ojalá algún día no sufra cuando mis hijas salen de casa.
Quiero que relates las noches en la discoteca de Kiko Matamoros que bien os lo montais en la fábrica de la tele eh
Cuenta toda la verdad y explica que pasa con esos hombres a los que les das el número…