Cuando descubrí que estaba embarazada, no me lo podía imaginar que una pandemia estaba por empezar y que durante su pico daría a luz a mi segundo hijo. Se pasaron los meses y mi ilusión de ser madre otra vez sólo aumentaba. Sin embargo, las noticias informaban que una nueva cepa de coronavirus se propagaba rápidamente en China, causando una enfermedad llamada COVID-19. Nombres que todavía sonaban raros para nuestros oídos.
“¿Se transmitiría la enfermedad al bebé en caso de que se infectasen las madres?”
En diciembre, esa realidad china parecería estar lejos. La verdad es que muy lejos de nosotros. Hasta que los casos de infección se propagaron por el gigante asiático y, en seguida, por todo el mundo. En Italia, nuestro vecino, se diagnosticaron los primeros casos positivos a finales de enero y luego el brote epidémico de coronavirus llegó a España. Sí, la desconocida enfermedad ya había llegado aquí. En muy poco tiempo, Italia y España encabezaron el ranking mundial de número de infectados por país. A partir de entonces, el coronavirus se convirtió en una preocupación. La tasa de contagiados continuó aumentando exponencialmente, así como la de víctimas. No se hablaba de otra cosa que no fuera la COVID-19 y su causante, el coronavirus. Finalmente, el gobierno español declaró el estado de alarma y desde el pasado 14 de marzo ha empezado nuestro confinamiento.
¿Qué sería ese coronavirus? ¿Por qué se transmitía tan rápido? ¿La COVID-19 se parecía con la gripe estacional o influenza? ¿Quiénes corrían el mayor riesgo de contraer esa enfermedad? Las noticias informaban que eran las personas mayores y las inmunodeprimidas. ¿Y qué pasaba con las mujeres embarazadas? ¿Se transmitiría la enfermedad al bebé en caso de que se infectasen? ¿Cómo podría verse afectado el bebé? ¿Cómo protegerlo? Estas, entre muchas otras, eran las dudas que tenía, pero ninguna podía ser aclarada con 100% de seguridad.
“Una semana más y seguimos sanos y protegidos”
El COVID-19 era y sigue siendo una enfermedad desconocida. Hay una serie de terapias sometidas a ensayos clínicos actualmente. Además, algunas vacunas están en fase de desarrollo contra el COVID-19. Sin embargo, no se dispone en este momento de ninguna terapia o vacuna autorizada para el nuevo coronavirus. Así que me quedaba solamente una opción: quedarme en casa y creer que todo eso pasaría luego.
El mes de mayo, cuando se suponía que mi bebé iba a nacer, se acercaba. Cada semana de embarazo que completaba era una gran felicidad. “Una semana más y seguimos sanos y protegidos”, pensaba. Hasta que la semana 35, sentí que mi bebé estaba intranquilo. “Hijo mío, solo quedan 5 semanas, espera un poquito más. Tengo fe que luego vamos a salir del medio de la pandemia y podrás llegar sin correr grandes riesgos”, le dije intentando calmarlo. Tenía miedo del desconocido, de que le pasara algo a mi bebé.
“Quería que mi hijo esperara la fecha estimada de parto, creyendo que el riesgo de contaminación sería prácticamente cero”
La mañana del 17 de abril, a las 11:50h, tengo otra conversación con mi bebé, que a las 36 semanas estaba aún más intranquilo y queriendo llegar. Pensé que este malestar sería por causa de las semanas de encierro que llevábamos. Que yo debería mantener la calma, continuar con la meditación, ver menos las noticias, desconectarme más y, por supuesto, no perder la fe. Esa triste situación terminaría algún día, tarde o temprano. Quería que mi hijo esperara la fecha estimada de parto, creyendo que el riesgo de contaminación sería prácticamente cero. Pero durante esta conversación, me di cuenta de que debía bloquear mi miedo y creer que Dios sabía cuándo era la mejor hora. Entonces, miré mi barriga y le dije a mi peque: “Ven a tu hora, hijo mío. Te esperamos aquí fuera y continuaremos protegiéndote con mucho amor. Eres una bendición que ya está transformando maravillosamente nuestras vidas. Mamá te quiere”.
La mañana del 18 de abril a las 6:30h, me levanto nuevamente con dolor de espalda, el mismo que he tenido los últimos meses debido al peso de la barriga. Intento cambiar mi posición. Uno. Dos veces. No sirve de nada. Me siento, respiro hondo y me doy cuenta que se acerca su hora. Pero no sabía lo cerca que estaba. Vuelvo a tumbarme y intento dormir. No puedo. A las 7:25h, la bolsa se rompe. Sí, había llegado su hora.
Sin tener ninguna contracción todavía, despierto a mi marido y le digo: “¡Mi amor, buenos días! No te pongas nervioso. Se ha roto la bolsa. Pero las contracciones aún no han empezado ”. Él dice “¡Dios mío!” y se levanta rápidamente. Nos abrazamos y luego empezamos a prepararnos para ir al hospital. Una hora más tarde, empiezo a tener contracciones suaves pero a intervalos irregulares. No había necesidad de correr. Aún así, había un nerviosismo en el aire. Empiezo a practicar la respiración y recupero la calma. Alrededor de las 12:00h, mi hijo Luka de 18 meses, mi marido y yo estábamos listos y decidimos hacernos un selfie para registrar este momento. Hicimos uno, dos, tres, cuatro… Y sentí la primera contracción intensa y dolorosa. “Mejor ir al hospital. ¡Ahora!”, le dije a mi marido. Antes de salir de casa, pusimos una botella de alcohol en gel en el bolsillo y nos ponemos mascarilla y guantes. Ahora sí. Todo listo.
“Aquella mascarilla me recordaba todo el tiempo que daría a luz en medio de una pandemia”
Llegué al hospital a las 12:50h. y fui atendida inmediatamente por la matrona del turno, Laura, quien me dice que no tardaría mucho más de una hora para que naciera a mi bebé. Las contracciones ya eran intensas, dolorosas y se presentaban cada 5 minutos. Laura me preguntó si quería la anestesia epidural. “La voy a querer cuando sea difícil de soportar el dolor”, respondí. No me la pedí de inmediato para no retrasar el parto. Pero no dejaría de usar un recurso cuando fuera realmente necesario. Entonces, me llevaron a la habitación y allí nos quedamos Luka, mi marido y yo esperando el gran momento.
Continué respirando profundamente, una tarea que se hizo cada vez más difícil porque llevaba una mascarilla. “No te la quites por nada”, recomendó Laura. Aquella mascarilla me recordaba todo el tiempo que daría a luz en medio de una pandemia. Fe, mucha fe, era mi amuleto. Cuando la siguiente contracción me hizo llorar, pedí la epidural y me llevaron al paritorio. Mi obstetra, la Dra. Pilar, había llegado y todo estaba preparado. Sin embargo, la epidural no hizo efecto y la fase de expulsión había empezado. Dra. Pilar seguía diciéndome “Lo estás haciendo genial. ¡Vamos campeona!”. A las 15:20h, mi más nuevo amor vino a mis brazos. “Bienvenido, hijo mío. Ya terminó. Mamá está aquí ”, le dije muy conmovida. El asistente de la médica me preguntó cómo se llamaría. Mirándolo, respondí: “Tomi Matias”.
“No debería perder la esperanza y la fe de un mundo aún mejor cuando pase la pandemia de COVID-19”
Tomi llegó a este mundo saludable y nos encontramos bien. Cuando le veo sonreír en mis brazos, recuerdo que todavía estaría en mi barriga si su hora fuera la que las ecografías afirmaban ser. Otra vez más, la naturaleza se muestra perfecta, diciéndome que no debería perder la esperanza y la fe de un mundo aún mejor cuando pase la pandemia de COVID-19.
Arrasou Parabéns Prima Que Deus continue abençoando.😍
Muito obrigada, Dani! Tudo passa e não podemos perder as esperanças. Cuide-se! Um beijo 😘