En noviembre del 2021 las miradas de todo el mundo se centraron en Glasgow, Escocia, donde más de 25 mil delegados de 200 países se reunieron para discutir estrategias y compromisos para frenar la mayor amenaza que enfrenta la humanidad, la crisis climática.
Sin embargo, a pesar de la gran expectativa generada alrededor de la cumbre, a nadie sorprende que la 26 Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26) haya sido un enorme fracaso. En imágenes que quedarán para la historia, vimos a los líderes del G20 lanzar una moneda a la icónica Fontana di Trevi en Roma, supuestamente por la buena suerte en la lucha contra la emergencia climática. Otras de las imágenes que han definido la COP26 han sido las de Joe Biden, presidente de los Estados Unidos, y Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, durmiendo durante las negociaciones.
“Si la industria de los combustibles fósiles fuera un país, sería el país más representado en la COP26”
Y sin duda las negociaciones han tenido poco de justas, con las voces de los pueblos indígenas y los países del Sur Global, aquellos menos responsables pero más vulnerables a la crisis climática quedando ahogadas frente al aplastante poder geopolítico del Norte Global y el cabildeo de la millonaria industria energética. Si la industria de los combustibles fósiles fuera un país, sería el país más representado en la COP26. Más de 500 delegados de combustibles fósiles acudieron a la conferencia, dos docenas más que la delegación más grande de cualquier país y el doble que la delegación de los pueblos indígenas.
La hipocresía de líderes mundiales que pregonan el abandono de los combustibles fósiles mientras viajan en sus contaminantes aviones privados ha quedado opacada frente a su tibieza y su impresionante capacidad de evadir compromisos vinculantes para amortiguar el problema. Lamentablemente eventos como la COP26 no cumplen su propósito, porque son utilizados para crear una fachada de conciencia climática, disfrazando al mismo sistema explotador de la naturaleza con palabras de moda como “desarrollo sostenible”, “transición ecológica” o “crecimiento verde”. La realidad es que apostar por la naturaleza necesariamente implica replantearse y desafiar sistemas socio económicos y culturales globales, y esta noción ni siquiera está sobre la mesa.
¿Qué tipo de sistema ha permitido la explotación y destrucción de la naturaleza en primer lugar?
En otras palabras, nos estamos enfocando en los síntomas en lugar de en las causas. Es innegable que el cambio climático está directamente relacionado con el consumo de combustibles fósiles, la deforestación, los gases de efecto invernadero, entre otros numerosos problemas. Pero para entender sus causas estructurales, tenemos que preguntarnos ¿qué tipo de sistema ha permitido la explotación y destrucción de la naturaleza en primer lugar? Somos parte de un sistema en el que la naturaleza es vista como un simple saco de recursos, una mina, un pozo petrolero, una plantación de palma, o peor aún, un enemigo de la civilización que debe ser domesticado y explotado en función del desarrollo económico.
La gran mayoría de las sociedades occidentales vivimos en una constante y creciente desconección con el entorno. Vemos a la naturaleza como algo separado de los seres humanos y de la civilización, como si pudieramos vivir fuera de la naturaleza, en lugar de entenderla como la base generadora de vida, no solo donde producimos nuestros alimentos si no también donde encontramos sentido y conección. La negación de la interdependencia de los seres humanos y la naturaleza permite y FOMENTA el dominio y la explotación de la naturaleza como condición para la supervivencia humana.
En los paradigmas de desarrollo convencionales, existe una clara intersección y una relación opuesta entre la conservación del medio ambiente y el crecimiento económico. Es decir que debemos sacrificar la una para tener la otra. Para intentar “solucionar” dicho paradigma, los estados han desarrollado un enfoque ecológico que algunos eruditos han llamado “el evangelio de la ecoeficiencia”, que a su vez da lugar a diversas teorías y paradigmas como el Desarrollo Sostenible, el Crecimiento Verde (green growth), el Capitalismo Verde, etc.
“Vivimos en un planeta finito, donde ya utilizamos más recursos de los que el planeta puede reponer anualmente”
Este Evangelio de la Ecoeficiencia se basa en un enfoque separatista de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. Como mencioné anterioremente, entiende al ser humano como un sujeto fuera y encima de la naturaleza. Toma una perspectiva antropocéntrica donde el ser humano es responsable del manejo sustentable de los recursos naturales.
Esta corriente promueve la mercantilización de la naturaleza, despojándola de su “sacralidad” hacia un conjunto utilitario de recursos naturales que brindan “servicios ambientales” y por lo tanto pueden traducirse en términos económicos. Este tipo de ambientalismo es promovido por el Norte Global y actualmente es el discurso dominante en el debate ambiental global.
Pero ustedes se preguntarán ¿cuál es el problema con esto? parece una solución perfecta: crecer económicamente sin explotar la naturaleza. Sin embargo, física y materialmente esto es imposible. Vivimos en un planeta finito, donde ya utilizamos más recursos de los que el planeta puede reponer anualmente. La gran mayoría de la población mundial (70%) vive en los llamados “países en desarrollo”. Es ilusorio pensar que vamos a detener la explotación del planeta y a la vez desarrollar los países que están “resagados” cuando ha quedado más que comprobado que los estilos de vida de los países desarrollados requieren muchos más recursos de los que la Tierra pueve proveer, simplemente no son sostenibles. Incluso la transición ecológica hacia energias renovables, sin un verdadero cambio de sistema, significaría incrementar en términos absolutos el extractivismo y la explotación de la naturaleza.
La actual crisis climática arraigada en el desarrollo capitalista explotador presiona a la humanidad a considerar formas alternativas de entender y relacionarse con su entorno natural. Y con esto, desafiar las concepciones utilitarias de la naturaleza, el desarrollo y el bienestar. El etnocentrismo occidental y su concepción del desarrollo como crecimiento económico acumulativo ya no son válidos para enfrentar los desafíos ambientales globales. Es momento de ceder.