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Cómo escribir sobre ti misma puede salvarte

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Fuente: Marcos Paulo/ Unsplash

A veces escribir es divertido. A veces es didáctico. Otras es simplemente necesario. Esta es la historia de cómo, para mí, la escritura autobiográfica fue un bote salvavidas en un naufragio. Tuve que seguir nadando en medio de un mar frío y revuelto, sí. Pero tenía algo a lo que agarrarme. Aunque tuviera que pelear, no iba a ahogarme.

“No puedes sacarte de un pozo cuando no crees en ti”

Sobrevivir a una ruptura siempre es difícil. Es un duelo tras el cual tienes que reconstruirte a ti misma. Reconstruirlo todo. Pierdes costumbres, formas de vida y un gran punto de apoyo. Todo se derrumba como un castillo de arena y tienes que remangarte, embarrarte las manos y volver a construir.

Pero sobrevivir a una ruptura tras una relación tóxica no es que sea difícil. Es que supone un esfuerzo titánico. No sólo tienes que reconstruir. Es que has perdido tanta confianza en ti misma que ni puedes mover los brazos. La falta de autoestima es paralizante. Y no puedes sacarte de un pozo cuando no crees en ti.

Hace unos años me encontraba en una ruptura que no sabía gestionar. Durante el tiempo que duró la relación había aprendido a callarme. Cada vez que volvía a casa, ese supuesto espacio seguro, e intentaba hablar de aquella preocupación que me había estado taladrando durante el día, recibía un refuerzo negativo. Respuestas como “pesimista”, “tóxica”, “estás deprimida” o “tienes que ir al psicólogo” en tono despectivo. Por supuesto, sufrir depresión o necesitar terapia no es malo. Pero lanzarlo como acusación, como algo de lo que tienes que arrepentirte, te hace sentir que tienes un vergonzoso problema con el que no puedes manchar a los demás.

Me acostumbré a que mis cosas no importasen tanto. A recibir condescendencia cada vez que hablaba de algo. A que me dijesen cómo tenía que hacer las cosas incluso en mi propio campo. Ya sabéis, el mansplaining. Me había acostumbrado a no ser importante. A ser esa mujer que tienes en casa para quererla en la intimidad pero a la que no invitas a los planes molones, ni de la que presumes, ni a la que muestras afecto ante los demás. 

Cuando se acabó la relación dejé mi casa y me lancé a ese mar frío y revuelto sin nada a lo que sujetarme. No sabía qué hacer. Sólo sabía que me dolía mucho. Me dolía todo. Pero no sabía expresarlo. Y como no soltaba, se fue acumulando como en una olla a presión. Hasta que un día el dolor emocional se convirtió en dolor físico. Literalmente no podía levantarme de la cama, sólo vomitar y llorar. Llamé al trabajo, les expliqué cómo estaba. Me dijeron que me recuperase. 

“Cada día vomitaba palabras hasta quedarme vacía”

Tras horas de agonía, desesperada sin saber qué hacer, cogí el ordenador y abrí un documento de texto nuevo. No tenía nada más que vomitar en el estómago, así que empecé a vomitar sobre la hoja en blanco. Al acabar sentí un poco de alivio. No estaba bien, pero estaba algo mejor. 

Decidí convertirlo en costumbre. Cada día vomitaba palabras hasta quedarme vacía. Quizás no lo decidí, simplemente lo hice por sobrevivir. Y aquello se convirtió en mi válvula de escape. Soltaba el aire a presión cuando estaba a punto de estallar y así aguantaba un día más.

Estuve vomitando pensamientos durante meses. No era un diario. Eran páginas rellenas con mis tripas. Hablaba de lo que sentía o de lo que me había pasado durante ese día, pero también de los recuerdos que me venían y de cómo cambiaba mi punto de vista. A veces lo hacía con una tristeza desgarradora, pero otras me sorprendí contándolo con humor. El dolor dejó de paralizarme y empezó a dejar paso al enfado. Y como no podía llamar a mi ex a diario para decirle todo lo que pensaba ahora, con perspectiva, empecé a escribir qué le diría si me lo encontrase. Empecé a crear situaciones ficticias e imaginarme en ellas. Aquello comenzaba a ser divertido.

Unos meses después tenía páginas y páginas de vómitos, recuerdos y anécdotas. Alguna vez mis amigas me habían pedido que se las leyera y, al hacerlo, les había encantado. Querían más. Mis amigas me estaban devolviendo la confianza en mí misma que había perdido con mi pareja y me animé a convertir mis miserias en una novela. Ahí empezó la segunda parte de esta especie de terapia autoimpuesta.

“Gracias a la escritura empecé a comprenderme”

Para poder crear una ficción, aunque sea sobre ti misma, no deberías escribir como si fuera un diario. Hay que buscar una historia, un hilo conductor, ordenar los hechos, darle una estructura y crear unos personajes. Es decir, tenía que encontrar la causa y efecto de lo que me había ocurrido. Y tenía que desgranarme a mí misma y a los demás, como personajes, para entender cómo actuábamos cada uno y por qué.

Por muy ficticio que fuera lo que escribía, por muy inventadas que fueran esas situaciones que me había imaginado para desahogarme, siempre había un paralelismo con algo que me había ocurrido. La protagonista podía no parecerse a mí en muchos aspectos pero vivía el mismo viaje emocional que yo sufrí. Y para describir ese viaje emocional tenía que comprender de dónde venía el dolor y por qué actué como lo hice.

Gracias a eso empecé a comprenderme. Tenía recuerdos de reacciones por mi parte que no comprendía o que consideraba fuera de lugar. Ahora, al analizarlo todo, tenían una explicación lógica. Mis comportamientos más convulsos venían precedidos de una pasivo agresividad que no había sido capaz de detectar en el momento. 

Pero no todo fue reconfortante. Volver a vivir ciertas situaciones es duro. Comprender algunas realidades es difícil. Y aceptar que tú también tienes tus propias sombras es desagradable. Recordé momentos en los que, por ejemplo, fui egoísta. Entendí por qué lo fui: cuando estás malherida y necesitas recuperarte, a veces tienes que poner todos tus esfuerzos en ti misma y eso no te deja ver a los demás. Fui capaz de perdonarme mis errores, sí, pero aún así ahí estaban. Y no siempre es fácil convivir con ellos.

Al final, después de mucho tiempo y esfuerzo, tenía dos grandes obsequios: una novela que estaba orgullosa de enseñar y una herida sanada gracias a haber explorado tanto en ella. La herida no era la ruptura sentimental. Era la falta de autoestima que me había provocado años de vivir con aquella losa tóxica encima. Y gracias a meterme dentro y desinfectar a golpe de párrafo ahora era capaz de contarlo.

Cuando hemos pasado tanto tiempo silenciadas, es importantísimo hablar de nosotras mismas. Puede silenciarnos una única persona tóxica o toda una sociedad opresora, da igual. El resultado es que desnormalizamos lo que nos ocurre. Si es que llegamos a ser conscientes de qué es lo que nos ocurre. Pues a veces, el silencio y la falta de referentes hacen que ni siquiera nos percatemos de lo que pasa dentro de nosotras mismas.

Por eso te propongo este curso sobre “Escritura creativa. Cómo usar tu vida para generar tus relatos”. Para que hables de ti, de tu realidad, de lo que te importa. Para que aprendas a mirar hacia dentro y tengas herramientas para sacarlo hacia fuera. Para que puedas compartir con las demás ese viaje emocional del que quieres pero no sabes hablar. Para que te visibilices. Que comprendas que tu realidad también es digna de ser contada.  Porque en una sociedad que intenta mantenernos calladas, hablar de una misma es revolucionario.

Rocío Esperilla

Productora, feminista, vegetariana y bisexual. Ideal para una cena familiar.

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