Llevo puntos en medio del pecho, ¿sabías? Por eso me cuesta cerrar los ojos y dejar que me besen. Porque ya sé quién me pone los pelos de punta y a quién quiero dejar mi coche, y digo coche por no decir labios, por no decir manos. Y saberlo es una putada. Y digo putada porque aún me queda en sangre algo de realidad mágica de García Márquez de anoche, herencia de las páginas de la costa del 87 que entonces mi madre arrasaba.
Un luto aliviado aún me habla para darme los buenos días, mientras no sé contestar a otros y desaparezco porque el mar me aparta. Un día tuve un cepillo de dientes que me guardaron en la isla de Palma, no recuerdo como era, pero lo olvidé a conciencia para tener que ir un día a buscarlo.
“Cuando tengo tiempo siento una angustia helada en la faringe que me corta las palabras y me despierta un temblor en la mandíbula del miedo al vacío”
No sé qué buscamos los humanos Caro ¿Qué queremos? Un amigo dice que queremos tiempo, que al final, todos queremos tiempo. Perder la conciencia de la hora, porque nos atrapa en una telaraña un capitalismo de madrugón y noche en vela. Tenemos el deseo de la huida, pero todo se queda dentro de barrotes de parálisis. Yo incluso, cuando tengo tiempo siento una angustia helada en la faringe que me corta las palabras y me despierta un temblor en la mandíbula del miedo al vacío.
Hoy nuestro café huele a hoja mojada; suspiro como uno suspira en medio del campo y me viene un olor a tierra de colina. Creo que por la mañana llovió aquí, en la Rambla del Raval.
Anoche cerré con Sergio. Cerró la puerta y mientras él secaba las copas yo escribía mi próxima performance y la bailaba con los pies. Me miraba a ratos como una palmera al viento con ganas de asomarse. Como un velero en medio del océano que solo desea navegar entre la fuerza de las olas, me miraba como un amante del mar desea la sal y las olas en su cara. A mí, solo me entró el recuerdo a descompás de las ganas locas, que hace algún verano atrás, tuve de entrar tras su alma. No, ya no hablo de Sergio. Hay almas a las que uno tiene ganas de mirar. Su alma me parecía de una inocencia emocional abismal. Quería besarle para envenenarle todos los órganos de mí. Y que me quisiera hasta morir y sobrevivir. Conocer el silencio más hondo de su susurro.
Pero al final, solo crecí de esto para hacer el amor sin prejuicios y lagrimear cantando Cadillac solitario. Vigila con lo que me crees de esta frase Caro, porque creo que lo oculto es que crecí para aprender a amar, para saber colocar un tranquilo para siempre en el aire que hay entre mis entrañas y mi estómago. Comprender que el amarse de dos almas interesantes ahí se queda. Lo tapone quien lo tapone. La verdad, ahí se queda. Muy quieta y callada. Tal vez un día se revela sobreviviendo a los tapones y silencios.
“Caro, olvídalo. Me costó mucho amarle sin odiarle. Nunca me permitiría volver a odiarle”
Sergio me miraba y me decía que yo era distinta, que hay veces que miras y sabes que podrías enamorarte completamente, enormemente de aquello. Él iba a besarme, pero mis ganas de bajar la cabeza lo apartaron. Con una voz de secreto, que igual no podría nunca enamorarse de mí, no se dejaría caer. Mi mundo de performers era demasiado libre como para confiar en mi espíritu y en el del espacio. Y no le entendía Caro, únicamente entendí a mi inexistente cepillo de dientes de Palma. Supongo que no debe ser fácil quedarse a mi lado entre inequívocas y posibles almas disponibles. Ya me lo decía mi padre: el hombre que se quede a tu lado los tendrá que tener en su lugar.
“Necesité tiempo para asumir que la palmera que quiero dejó de mirarme y que ahora no sé mirar”
No me dejé besar. Necesité tiempo para asumir que la palmera que quiero dejó de mirarme y que ahora no sé mirar. Me picaban los puntos del pecho, pero seguí viviendo para contarla.