RABIA es la palabra.
Rabia, que comparte la mitad de mi nombre
y hoy también, la mitad de mi cuerpo,
la mitad de mi sangre.
Rabia es mi hermana gemela,
mi álter ego inflamado,
ardiente y embravecido.
Por tanto no soy yo,
es la rabia la que habla, la que dispara palabras de bilis
sobre esta realidad tan sorda,
tan cruel y tan violenta
que es el campo de minas
de mi propia existencia.
Es la rabia la que muerde mis pupilas
y me enciende las entrañas,
la que convoca a mis demonios
y que comience la función.
Tiene algo de clandestino la rabia,
-su hábitat es más bien doméstico;
nadie entra en cólera en público.
Es como un confín prohibido;
es de esos pecados capitales
que la sociedad señala
como un pozo sin fondo,
pero al que yo ahora mismo,
muerta de sed,
me lanzo como agua en mayo.
-Aquí el que no corre vuela-
Mi rabia no entiende de fronteras,
de bandos, ni de banderas,
Mi rabia me ciega si no ve la luz.
Rabia es esta casa convertida en jaula, antigua cuna del sueño
donde ahora descansa el insomnio.
RABIA es la República que ostento como el último y el único espacio íntimo,
como una trinchera infinita
que jamás podrán violar.
Aunque me muera.
Dicen que la rabia es la tristeza hinchada, pero como ésa es una batalla perdida que no me puedo permitir, prefiero armarme de Rabia.
A punta de bala.
De la que duele, de la que arrasa con todo,
con el presente, con el pasado, con el mañana
hasta con esta ingenua poeta de guerrillas que aguanta en el frente hasta que la amnistíen -por mezquina-
Podrá no haber poeta,
-ya se encargarán ustedes-
pero SIEMPRE,
-querido Gobierno,
querida España,
querido mundo-
SIEMPRE habrá poesía.