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“Trabajador, buen amigo y deportista: el perfil del padre que ha secuestrado a sus hijas en Tenerife”

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“Trabajador, buen amigo y deportista: El perfil del padre que ha secuestrado a sus hijas en Tenerife”, se titulaba el artículo de Antena 3 que analiza el perfil del hombre que desapareció en Tenerife con sus dos hijas, de 6 y 1 años, cuando tenía que traerlas de vuelta a su expareja y madre de las niñas.

Un caso que inevitablemente nos recuerda al asesino de Diana Quer, cuyos amigos y familiares le describían como alguien “incapaz de matar a un ratón”, puesto que no era un hombre violento ni agresivo. 

Y es que agresores sexuales, maltratadores y feminicidas, en su gran mayoría no son monstruos. No son enfermos o inadaptados; son hijos sanos del patriarcado. 

No existe un perfil de agresor, pues los agresores pertenecen a todas las clases sociales, a todas las nacionalidades. La violencia hacia las mujeres es internacional, interclasista, interétnica, interreligiosa e intergeneracional.

Dejemos de imaginarnos a los agresores como hombres encapuchados, psicópatas que te empujan en el portal, porque la gran mayoría de las veces son hombres de nuestro entorno y confianza los que acaban agrediéndote.

Son hombres de a pie, hombres criados en sociedades patriarcales donde el iceberg es mucho más profundo que un feminicidio. Son todas aquellas violencias que pueden parecer sutiles; los chistes, la publicidad, los silencios ante estos comportamientos y la asignación de roles de género. Un género que nos establece como oprimidas y a ellos como opresores, marcando nuestra identidad desde que nacemos hasta nuestra muerte. Una sociedad que identifica a las mujeres como débiles, sensuales, esclavas de trabajos y espacios domésticos y vistas como objetos sexuales. Una sociedad que ve a los hombres como seres que deben ser fuertes y violentos, seres incapaces de controlar sus impulsos y frustraciones. 

Seguir sorprendiéndonos porque un “hombre normal” ejerza la violencia contra las mujeres solo hace que el propio sistema banalice y normalice este tipo de violencia. Decir que eran “hombres educados, cariñosos y buenos” hace que interioricemos que son menos responsables y culpables de sus acciones y acabemos responsabilizando a la víctima, pues debió ser ella quien acabó con su paciencia de “hombre impecable”.

La violencia que ejercen los hombres hacia las mujeres a través de sus hijos se reconoce como la violencia vicaria, consiste en hacer el mayor daño posible a la madre a través de los hijos. Padres que son capaces de asesinar a sus hijos e hijas para enterrar en vida a sus madres.

Es curioso que cuando es la mujer la que maltrata o agrede todo el cólera cae sobre ella y sus familiares y jamás seamos capaces de justificar su agresión aduciendo al estrés, el miedo o la rabia, ni siquiera la defensa propia. Ella siempre acaba siendo malvada y loca, y no “un padrazo, buen amigo y trabajador”. ¿Os imagináis un titular tan vergonzoso si la secuestradora hubiese sido ella? Seguro que no. 

Ya es suficiente, dejemos de banalizar la violencia contra las mujeres. 

Ojalá estas niñas vuelvan pronto con su madre.

Claudia Roca

Catalana en Canarias. La comunicación como una herramienta para el cambio.

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