Vivimos en un mundo hostil. Cruel. Sólo unos pocos pueden vivir cómodamente en este sistema. Sólo un selecto grupo de personas adineradas, occidentales, hombres, cis, heteros, blancos, neurotípicos… viven la vida en el modo fácil. Y sin embargo, nos hacen creer que ellos, la excepción, son la norma.
“Es que ahora, con las redes sociales, estamos continuamente expuestas a ellas”
Esto no es algo nuevo. Lleva mucho tiempo siendo así. Y comparando con otras épocas, es fácil caer en el tópico y pensar que antes era mucho peor. Que ahora no tenemos de qué quejarnos. Pero ahora no es sólo que sigamos teniendo opresiones encima. Es que ahora, con las redes sociales, estamos continuamente expuestas a ellas. Tenemos una hiperconexión que hace que no te olvides nunca de lo que sufres. Que a la vez que te conecta con personas maravillosas te impide desconectar. Que hace que encontrar un espacio seguro donde relajarte y sentirte libre de juicios sea casi imposible.
Me entristece comprobar que no somos capaces de desprendernos de esa hostilidad. Ni siquiera entre nosotras. Entre las amigas, las afines, las aliadas. Veo cómo en espacios de lucha y reflexión, en grupos aparentemente alternativos que pretenden combatir ese sistema, se repiten las mismas dinámicas que nos machacan. La misma falta de empatía y humanidad. El mismo ansia de ego.
Vivimos en la era de la “exposición”. Y ya no hablo sólo de subir fotos nuestras a Instagram. Hablo de ese anglicismo que significa “desenmascarar”. De esa tendencia a endiosar a ciertas personas hasta que les encontramos un fallo y entonces les “desenmascaramos”. Y les retiramos el apoyo y llenamos tuits, stories y vídeos de Tiktok opinando sobre ese fallo. Un hecho puntual que recibe una respuesta masiva.
“Estoy harta de que, en lugar de debates, tengamos “exposiciones”
Hablo también de esa tendencia a estar a favor o en contra de las personas. De hacer grupos en los que estás conmigo o estoy contra ti. De comprobar continuamente tu historial de acciones por si acaso has hecho algo que deba juzgar. Por si acaso te he colocado mal. Por si acaso debería colocarte en el otro bando.
No sé vosotras pero estoy harta de ver a activistas luchando entre nosotras. Estoy harta de que, en lugar de debates, tengamos “exposiciones”. Estoy harta de compartir contenido de compañeras y recibir mensajes diciendo que cómo puedo hacerlo, si ella tiene cierta opinión sobre X tema o si mira qué tuit puso en 2016. Estoy harta de dejar de hablar de ciertos temas que considero necesarios porque sé que las personas que opinan lo contrario no van a querer debatir, sino que van a ir a por mí. Estoy harta de tener miedo al publicar mis vídeos porque, si cometo un error, en lugar de corregirlo con empatía, me van a “exponer”.
Todo esto niega el espacio al aprendizaje. Nadie nace sabiendo y necesitamos poder aprender. De lo contrario, podemos caer en pensar que nosotras o nuestro entorno somos seres perfectos que poseen la verdad absoluta. Y eso es tan irreal como soberbio.
Darnos espacio para aprender no es incompatible con señalar los errores y aprender de ellos. Tratarnos con empatía no es incompatible con alzar la voz ante comportamientos que pueden oprimirnos a nosotras o a nuestras hermanas. Todo lo contrario, es el camino hacia el cambio.
La protesta es fundamental. Señalar las cosas que el sistema hace mal es vital. Corregir los mensajes dañinos que lanzan entidades o personas con poder y altavoz es necesario. Pero no podemos abordar con la misma contundencia un bulo lanzado en televisión a miles de personas, que una chica que en su Tiktok ha dicho “subnormal” porque nunca había reflexionado sobre que eso fuese capacitista. Porque no es lo mismo lanzar un mensaje dañino de forma consciente o reiterada que cometer un error sin intención, desde el desconocimiento. Eso no lo justifica y siempre deberemos señalar o corregir. Pero en el segundo caso podremos hablar o debatir desde la empatía que nos confiere saber que nosotras también hemos estado ahí.
El sistema es hostil y la forma de combatirlo es la ternura. Es mirarnos entre nosotras con ojos compasivos cuando el sistema nos exige. Es esforzarnos en comprendernos cuando el sistema ni nos escucha. Es dar espacio al debate cuando el sistema nos ataca. Y cuando las heridas son irreparables, es focalizarnos en ser constructivas y no destruirnos entre nosotras. Porque, sorpresa, eso ya lo hace el sistema.
Para mí es mucho más revolucionario cuidarnos y darnos el amor que el sistema nos ha negado. Recordemos que quienes vivimos en los márgenes somos todas aquellas que el sistema ha desnormalizado. Todas aquellas que el sistema ha dicho que no somos dignas de merecer atención, recursos o amor. Para mí, si no estás cuidando a tu entorno no estás luchando, sólo estás reproduciendo las hostilidades que el sistema tiene contigo.
Por eso tratarnos bien, con cuidado, con cariño y con empatía, no sólo a tus amigas sino a todas aquellas que puedan ser de una forma u otra víctimas del mismo sistema, es revolución. Es luchar contra todo eso que nos ha negado un sistema patriarcal, capitalista, capacitista, racista, colonialista, lgtbifóbico… Es reconstruir y cerrar heridas. Es darnos la importancia que nos han quitado. Es completamente necesario.
“Igual no tenemos que dar nuestra opinión todo el rato, y menos cuando esta resta en lugar de sumar”
Me encantaría que la próxima vez, antes de lanzar a los leones a una persona individual, pruebes primero a hablar con ella amablemente. Desde el diálogo y no desde la exigencia. Intentando entenderla antes de juzgarla. Y si ves que ya hay cientos de personas diciéndole lo mismo, igual no hace falta que te sumes. Igual ya se ha enterado. Igual no tenemos que dar nuestra opinión todo el rato, y menos cuando esta resta en lugar de sumar.
Me encantaría, y me parecería una victoria absoluta, que nos tratásemos entre iguales con la misma ternura que nos han negado. La misma ternura que merecemos. La misma ternura radical que desarma el odio y deshace los miedos.