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Rusia invade Ucrania. Por la tarde clase de taichí

Rusia

2 de agosto de 1914.
Alemania ha declarado la guerra a Rusia.
Por la tarde, Escuela de natación.
Franz Kafka

Hoy en día vivir en el extranjero no se hace tan difícil gracias a las redes sociales y las aplicaciones de mensajería. Siento que mi familia me acompaña a todas partes: nos enviamos cada mañana nuestro resultado del Wordle, cada vez que un meme nos hace gracia lo compartimos en el grupo familiar, nos llamamos en cualquier momento, hacemos videollamadas… Y nos vemos bastante a menudo, ya que al menos tenemos la suerte de vivir en el mismo continente. Estos días mi novio está en Alemania por trabajo y tengo el piso para mí. Un par de años atrás no hubiera soportado estar tantas horas conmigo misma, pero hoy estoy orgullosa de decir que no me da ningún miedo pasar tiempo a solas. Aprovecho para ir más a mi ritmo en mis proyectos, para dedicar más tiempo al autocuidado, para ver series y películas. Sin embargo, al levantarme el jueves y entrar en redes sociales, los ecos de la guerra me han pesado, y he necesitado a otra persona con la que compartir mi miedo y a la que poder abrazar.

El primer miércoles de febrero subía a Instagram una historia en la que se podía escuchar la red de sirenas de alerta sonando en las calles de Suiza como ocurre cada año para comprobar que funcionan correctamente. “Qué exageración”, pensé. Ahora veo videos de Kiev donde impera el mismo sonido y se me tensa la mandíbula. 

“¿Y si todo me pillase aquí sola?”

No hace mucho que me apunté a clases de taichí los jueves. Me paso el día en casa, apenas salgo entre semana, y estoy muchas horas sentada frente al ordenador. Pensé que me vendría bien la excusa para salir y relacionarme, además de empezar una actividad distinta y aprovechar para poner en práctica el francés. Voy caminando cuesta abajo hacia el centro, desganada. Pienso en mis padres en España, mi hermane en Escocia, mi novio en Alemania, la guerra en Ucrania y yo aquí. ¿Y si esto llegara más lejos? ¿Y si todo me pillase aquí sola? Recuerdo entonces que el piso en el que vivíamos antes tenía un búnker en el sótano. No se me ocurre qué haría, a dónde iría ahora, si saltasen las alarmas. 

Antes de comenzar la clase, la profesora quiere saber cómo estamos. Me toca responder la primera y al principio ni siquiera entiendo la pregunta. Le digo que estoy lenta. Entonces me pregunta de dónde soy. De España, le digo. Menos mal, no eres de Rusia, me responde. Menos mal, repito, mientras me pregunto si lo ha dicho por decir o si de verdad se planteaba que fuese de allí. Termina la clase y vuelvo a casa. Estoy más tranquila, agradecida por haber tenido taichí en un día como hoy. Sin embargo, al acostarme, dudo si poner el modo noche en el móvil. Decido dejarlo con sonido, por si acaso. Me imagino despertándome de madrugada por el sonido de las sirenas. No, aquí no, me digo; al menos no ahora, no todavía. Igualmente no consigo dormirme, me rechinan los dientes. No puedo parar de pensar en el terror. De imaginarme a todas esas personas que sí viven en ese otro país de Europa. 

Ester Báez

Andaluza en Suiza. Autora de Modesta Pesadilla. En continua búsqueda del sentido.

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