Miro en sus ojos, y me acerco a su cara, despacio. Susurro algo sucio, me siento candente, deslizo la mano por detrás de su nuca, y allí mismo, me quita la ropa. No, no me la quita, me arranca y me rasga la ropa interior, me hace emitir sonidos que ni yo misma entiendo.
De repente soy el fuego de una hoguera primitiva, soy ancestral, eterna.Me susurra y obedezco, y de un sólo movimiento me coloca encima de él. Entonces, una bruma celeste inunda la habitación, y en esa humedad le oigo a lo lejos… “no pares”. Cabalgo endemoniada hacia el éxtasis más puro, y cuando al fin lo alcanzo, grito su nombre, y araño su espalda hasta ver la sangre, dos lágrimas bajan por mi cara y detrás, un sollozo.
“Abro las ventanas dejando que se escape el olor a sexo y por ende su recuerdo”
Es la historia de mi vida. En sólo un segundo me derramo ante él y, acto seguido, le empujo y le echo. La magia se esfuma. No quiero sentirte, no le dejo vestirse. Abro las ventanas dejando que se escape el olor a sexo y por ende su recuerdo.Y caigo en la cuenta de que jamás habrá una persona, una sensación, un paisaje, un sueño, un recuerdo, ni una emoción o hasta una puta droga que me devuelva quién fui .
Quiero ser inocente y no puedo, quiero ser feliz, y no lo consigo. No hay fórmula mágica para quien pretende tenerlo todo sin renunciar a nada. No hay sedante, ni droga, ni orgasmo, que te devuelva a un ser querido. Que te devuelva aquella familia perfecta que un día formaste. Entonces, abres el cuaderno, coges la pluma, y empiezas a desangrarte en forma de palabras.Palabras, y tiempo.