Pasar los días dentro de la contemplación; la acumulación de memorias de naturaleza imperfecta e impredecible.
Morir dentro la de la contemplación, almacenar el capital de un recuerdo que perecerá en las siguientes horas, que nunca sabrá verse como verdadero pues uno nunca puede entregarse a los ojos de la memoria. Los recuerdos, como las flores, también se marchitan. Mezclo la idea de lo que fue con lo que solo logré imaginar. Y no puedo fiarme de mi propio juicio porque es corrupto, sucio y cruel.
No puede ver más allá, retroceder y pretender evocar sin fallas la mañana de aquel día en que el sol quemaba mis pestañas e iluminaba mi rostro. Mi cara es también una evocación deforme, una construcción por partes, retazos de piel que nunca terminan de acoplarse entre sí. No puedo verme lejos de esa idea, y encontrarme en la mirada necia de quieres voltean hacia mí solo hace que crezca más la paranoia, el tormentoso acto de ser visto.
Puedo relegar mis días a esa eterna contemplación. Divagar es más digno que desmoronarse.