Yo solo quería mil veranos a tu lado, pero te marchaste. Me dejaste con el recuerdo del va y ven de tus caderas, esas que besaba antes de escucharte gritar.
Desde que te conocí supe que el dolor sería inevitable. Olías a despedida desde la primera mirada. Y aunque intenté huir, no pude. Era adictiva esa forma de tocar el alma.
Te mentiría si te digo que me está siendo fácil olvidar nuestros intentos de siesta… Las gotas de sudor bajando por tu espalda y tus uñas clavándose en la mía. Tus suspiros en mi oreja, tus jadeos paulatinos. Era melodía esa forma de estremecerse.
Perdón por intentar lucharte tanto. Ni te imaginas las veces que te imaginé volviendo como si no hubiera pasado un invierno de por medio.
Y es que, aunque sabía que te ibas a ir, a pesar de todo este dolor que estoy sintiendo, te volvería a conocer mil veces más. Mil veranos más… que no habrán.
