Pero siempre había existido una grandeza que me impedía ver más allá de mis escasas deducciones.
Y el sudor cayendo por mi sien y salpicando la alfombra descolorida que soporta mi cuerpo, solo puede captar risas minúsculas que penetran mi espina dorsal.
Qué pesadez, pienso
No es preciso mirar muy lejos
Desde mi posición se escuchan saltos entre los tejados y una ventana se hace añicos en un estallido casi perfecto.
En mi nuca el aire se siente rancio.
Recorro la escena,
Una emoción nace,
ramificándose en los lóbulos frontales de mi cerebro,
descendiendo sobre nervios, arterias, vasos capilares.
La trampa, en cambio, se teje por encima mío, transita por sobre mi cabeza y empieza a precipitarse hasta mis extremidades inferiores.
Me enrolla con sus finos hilos, se inserta por orificios, encuentra espacios abandonados en los límites de mi cuerpo.
No quiero que la noche acabe, pienso
Porque solo entonces me habré perdido.