Tampoco es que le tuviese yo puestas las expectativas demasiado en alza, aprendí hace tiempo que del pedestal se cansan, pero desde luego lo que no esperaba es lo que ha resultado.
Hace años que dedico los veranos a trabajar -probablemente demasiado y para nada- pero este pensaba dejarme un poquito llevar por lo que me grita hace ya tiempo la razón y el corazón perdiéndome un ratito en cualquier rincón con alguien importante, muy importante. Lo necesitaba y necesito, de hecho; no nos vamos a engañar. No ha sido así. Por muchos motivos y por ninguno en especial, no ha sido así. Aunque no descarto la idea de una aventura fuera de lugar cualquier día sin avisar. Cuando encuentre el valor que me falta, quizás. El que perdí en la mudanza o me quitaron antes de partir (me). Los que te rompen jamás saben lo que muere en los demás para el resto de sus vidas.
Resumiendo, y enderezando que me distraigo rápido por mis caudales, este verano lo único que me ha dejado como recuerdo es un diminuto lunar. Esta ahí, casi pasa inadvertido para los que ni saben ni quieren mirar más allá, pero no para mí, que paso los días buscando la manera de estar en paz y verlo a diario pone en alerta mi calma visual. Antes no lo tenía y no sé en qué momento le pareció buena idea venir para quedarse a vivir y remolonear en mi piel. Se encuentra en un dedo de mi mano izquierda donde suelo llevar anillo los meses de invierno, perfectamente situado en el centro del pulgar como queriendo hacer acto de presencia, pero de forma sencilla y callada sin aspavientos ni algarabías. No lo entiendo y no me fascina en absoluto. Suelo jugar a tentarlo estirando mi piel y ni siquiera sé lo que mi mente opina en esos instantes de dejadez. Es curioso como besaría los tuyos con mimo por las ganas y rabia por la espera y, sin embargo, a los míos les tengo algo así como una inquina bastante fea.
Honestamente, creo que vienen al mundo solamente a joder y enloquecernos al igual que lo hacen, a veces, ciertos amores feroces. Llegan y lo trastocan todo sin pedir permiso ni perdón. De repente están ahí, sin más. Y tú no puedes hacer nada porque ellos ya han encontrado la manera de hacerse notar, aunque el resto no note nada. Yo, que estoy enamorada de los lunares de tu cara y de la cara oculta de tu corazón, este verano he dejado de asomarme al sol por entretenerme bailando al son de mi propia luna menguante. No sé qué será de ti y de mí, pero ojalá sepas, mi amor, que fuiste todo para mí, que aceptando tu desinterés en un ejercicio inmenso de libertad te deje marchar y comprobé con amargura que no regresaste ni miraste hacia atrás, supongo que tú no extrañabas las imperfecciones de mi pecho y también bailabas, pero en otro lecho.
Quién sabe si hallarás mis ojos en sus lunares, si su iris tendrá -también- un contraste intenso y acojonante brindándoles una profundidad de la que es difícil escapar. Yo, me temo, que aún sigo inmersa en el café de los tuyos y en el resto de tus bondades. Ojalá regreses cualquier día, dispuesto a todo, incluso a que salga bien. Dicen por ahí, que el amor -como la escritura y otras muchas locuras- no es lo que queremos sentir, sino lo que no podemos dejar de sentir. Si tú lo sientes, si acaso lo sientes, regresa a mí que yo sigo aquí aún perdida en ti.