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Hablemos de mi trastorno

Una fuerte crisis sacudió mi cabeza cuando apenas tenía 16 años. Ha decidido no abandonarme desde entonces. Mi cuerpo estaba experimentando cambios que ni siquiera yo podía comprender. —¿Qúe me pasa? —Me preguntaba cada mañana y cada noche. Lo recuerdo como si pudiera masticar las sensaciones, oler la tristeza y palpar la rabia. Pero —¿qué demonios era eso? —Visto en perspectiva, eso es exactamente lo que era, un demonio aterrador que invadía todas mis fibras, y llenaba mis venas de los más inesperados sentimientos. Recuerdo la vergüenza. Vergüenza que llegaba a mi vida casi por primera vez. Hasta entonces, yo había sido una niña despreocupada, libre, con ganas de comerme el mundo. Sin embargo, lo único que iba a poder comerme desde ese momento, serían mis ganas de explotar. El demonio que parecía campar a sus anchas entre mis neuronas, movía mi cuerpo a su antojo como si se tratara de una marioneta con hilos. — Hoy te vas a levantar triste, vas a esconderte a llorar, y no podrás tomar una decisión, ni siquiera en el asunto más vanal. — ¿Absurdo verdad? —Hay tazas y pósters de gatitos que dicen que no estés triste, que tu día va a ser genial y que puedes ser quien tú quieras. ¿Por qué yo no? 

Mi aislamiento comenzó a crecer de manera progresiva, pero también bastante rápida. Comencé a no poder decir sí a tomar algo, contestar una llamada de teléfono o salir a por el pan. El simple hecho de vestirme, era una montaña que yo no estaba dispuesta a escalar. Mi adolescencia, fue algo diferente a la de mis compañeras. El demonio, quien al final fue uno de mis pocos amigos, decidió que tenía que establecer y organizar cientos de rituales diarios para sobrevivir. Comencé con uno o dos, para que mis padres no muriesen, pero terminé con un día a día fuera de mi control. Llegué a contar más de 50 tareas secuenciadas y planificadas, para que nada horrible acechara mi vida. Todo esto con la certeza en lo más hondo de mi ser, de que eran chorradas absurdas, pero con la misma convicción, no iba a dejar de hacerlas. Ahora viene lo mejor, la vida, por mucho que la planees, te suelta una “hostia” tras otra, sin piedad. ¿Cómo encajaba mi cerebro estos “fuera de juego”? Yo había practicado todos mis rituales ¿Qué ha pasado? Pues os lo he dicho anteriormente, eran absurdos y es como creer en la magia. Pero no podía dejar de hacerlos, creo que porque “siempre podía haber sido peor”. 

Yo ya lo había asumido, soy una persona triste, condenada a esconderme siempre con mis ridículas manías, pero ¡tachán! Sorpresas de la vida. Ahora vino a visitarme otro inesperado huesped. No menos malo, pero con una cara mucho más amable a priori. Un fantasma que parecía no hacer daño, pero cuyo mal comenzó a aflorar de forma brusca e incontrolable. Me desperté, sin venir a cuento, en un estado de exacerbada euforia, un discurso grandilocuente e inconexo, y literalmente con ganas de golpear todo aquello que se anteponía a mis deseos. — Son las hormonas. — Decía todo el mundo. Pero yo, que no me consideraba tonta, veía que algo distinto había entre mi recién estrenada normalidad, y la de mi grupo de amigos. Recuerdo con terror, vestirme y desvestirme mil veces, dejar de compartir mis ideas por miedo, y perder poco a poco cada uno de mis sueños. Desde entonces, vivo encerrada en una jaula  para la que no encuentro la llave. 

Nunca tuve el valor, pero por mi cabeza recorrieron cientos de ideas sobre cómo escapar de la vida. Los viajes de ida y vuelta, alternando huéspedes en mi cabeza, no cesó hasta el pasado año. Parecía que se equilibraban, y podía controlarlos, pero de nuevo, uno se impuso frente al otro. La tristeza profunda, la angustia y la desesperanza, provocó que mi familia me empujara a buscar ayuda. Eran muchos años peleando contra un gigante de dos cabezas, y debía por fin coger la espada y buscar entre sus entrañas los restos de Paula, la narradora de esta historia. En tercera persona, porque aún no ha salido a flote. Hablan los tentáculos de la enfermedad mental, la que aún se esconde de la vida, la que se ve paralizada por el miedo y los cambios, y la que sigue buscando qué lugar ocupa en este mundo, y qué valor tiene. Puede que eso sea lo peor, tu yo se ha escapado tan lejos, que ni siquiera eres capaz de asignarte valor alguno. Eres como un globo de helio, vuelas sobre las cabezas de la gente, te acercas si tiran del hilo, pero tu reacción natural es volar en cuanto aflojan. 

Gracias al tratamiento, en constante cambio por el momento, me he dado cuenta de que aún no he encontrado mi sitio, sin embargo no he cortado el hilo. Sigo deambulando, buscando personas que tiren del hilo, e intentando manejar la frustración cuando sueltan. Y eso es mucho más, de lo que tenía. Gracias a los profesionales, en mi caso, de la seguridad social que me han ayudado, puedo escribir estas líneas. Aprovecho este mes, especialmente el día 10 de Octubre, día de la salud mental, para animar a todo el mundo a buscar ayuda, a pelear por la sanidad pública como si fuera un tesoro, y para encontrar la valentía, de contar este secreto que creí hasta hoy, me acompañaría a la tumba. No estamos solos, no tenemos que avergonzarnos de nuestra condición y mucho menos pensar que es nuestra la culpa. Cuando entendí por qué mi comportamiento era completamente autómata, que no era la culpable de la rabia incontrolable, la tristeza desmedida o de la brusquedad de mis cambios, pude comenzar a buscar la estabilidad. Nunca lo hubiera conseguido sola, en el camino que hasta que los maravillosos profesionales me ayudaron, yo había elegido. La enfermedad mental, tiende a aislar e incapacitar de forma inimaginable al ser humano, pero contando nuestras historias, buscando la complicidad y apoyo de los demás, conseguiremos mayor comprensión. Necesitamos crear conciencia, crear redes de apoyo a las que todo el mundo tenga acceso, la clase social no puede seguir suponiendo una barrera insalvable para vivir una vida digna, una vida feliz. Luchemos por el fortalecimiento de la sanidad pública, por la igualdad frente a la adversidad, por la tranquilidad de quienes estamos y quienes vienen detrás. 

Gracias por haber leído hasta el final este artículo que tantas veces he borrado y vuelto a escribir.

Paula Martín

Pedagoga y estudiante de matemáticas. Su mayor regalo, pasar tiempo con su familia.

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