*Pincha aquí para leer la primera parte de “Banderas rojas, de influencer a narcisista”
“Que te jodan. No quiero saber de ti. Payasa. Es la última vez que nos vemos. Ridícula. Disfruta de tu mundo de miseria. Olvídate de la serie, y si la haces que sea tu último trabajo. Estás en la miseria de lo que es el ambiente de tu trabajo. Vale más mi tranquilidad que cualquier polvo. Esta historia ya me la sé. Y, sorpresa, has estado metida en el mismo nivel de mierda.” Este fue el adiós que me dedicó mi pareja de aquel momento, el influencer, tras salir del bar en el que casi le parte la cara a mis colegas. También añadió que yo era la culpable de lo que había ocurrido, como conté en el artículo anterior.
Cuando estás en una relación con un narcisista no eres consciente de que estás en peligro hasta que es jodidamente tarde. Todo empieza siendo (casi) perfecto, así que no sospechas nada. Pero poco a poco van ocurriendo cosas muy surrealistas y el maquillaje se empieza a caer. Y entonces la ves, toda la podredumbre que hay debajo y que intoxica cuando respiras cerca de ella.
“En muchas ocasiones estaba tan machacada psicológicamente que dudaba de mí misma”
En ese punto, ya ni siquiera una noche en la que acudía de gala a un evento con la realeza resultaba glamourosa, porque me había amenazado si no le acompañaba. Fue una de esas veces que le intenté dejar. De hecho lo hice, el día de antes. El influencer me llamó a la mañana siguiente diciendo que, tratándose de la invitación de una marca, si yo no iba iría a por mí. Lo que fuera que significara eso, no quería averiguarlo. Como tampoco quería averiguar lo que es que tu pareja decida metértela sin condón sin tu consentimiento cuando estáis manteniendo relaciones sexuales. Y que tras pedirle un análisis de ITS se niegue a hacérselo.
El influencer me hacía creer que yo deformaba la realidad de lo que sucedía, o que esto era mi responsabilidad. En muchas ocasiones estaba tan machacada psicológicamente que dudaba de mí misma. Y muy pocas personas, aparte de mí, habían visto quién era él realmente. Estoy segura que este gaslighting traspasaba las barreras de nuestra intimidad y que mi reputación entre su círculo no estará intacta. Como no lo ha estado a mis oídos la de aquellos que le rodean. O le han rodeado. Por eso una de las primeras decisiones que tomé cuando se acabó la relación fue llamar a su ex-pareja. En un intento de exculparse el influencer me había dicho que entendía por lo que yo pasaba durante sus brotes porque su ex tenía un problema de alcoholemia y cuando bebía se ponía violenta. Ella me lo negó. Pero lo que es más importante, corroboré que el consumo masivo de alcohol mezclado con conducción temeraria y peleas no había empezado conmigo. Y es que por mucho que él hubiera intentado culpabilizarme de ello, nadie somos responsables de esa clase de acciones en otra persona.
A ojos del mundo puede parecer que el narcisista lo tiene todo bajo control. En algún momento de su vida tomó la decisión, consciente o inconscientemente, de matar a su verdadero yo y permitir que un “personaje” tomara el control de lo que él no puede gestionar. El influencer llegó a decirme que apreciaba mi nivel de consciencia porque era capaz de percibir esto, de ver más allá de esta disociación. Una disociación que en ocasiones me ponía los pelos de punta. “¿No decías que te ibas?”, le dije un día en medio de una discusión. A lo que me contestó sonriendo: “Ya no. Me estoy divirtiendo”. Este personaje se convierte en un agujero negro que necesita consumir energía, atención, materialismo… Resulta que el narcisista es el primer drogadicto. Y esto lo hará a través de una pareja, amigos, compañeros de trabajo, seguidores en una red social… Será como un depredador.
Pero es esencial recordar que esto no es más que una falsa sensación de control. Y es cuando las cosas no salen como él quiere cuando percibes su miedo y rabia. Una tarde quedamos para hablar y venía a recogerme cabreado. Golpeó las llantas del coche y cuando llegó me culpabilizó de ello, por supuesto. Al llegar a su casa se dio cuenta que no llevaba las llaves encima y eso le cabreó aún más. De vuelta en el coche conducía demasiado rápido, mientras yo le pedía que parara. Él me dijo que si lo hacía me bajaba allí mismo, en medio de la carretera. Yo me negué. Entonces aceleró, pasando los 200km/h, gritando por la ventanilla. Esa fue una de las ocasiones en las que más miedo pasé.
En este punto cerraba los ojos y mientras las lágrimas me recorrían las mejillas me preguntaba, ¿cómo he llegado hasta aquí? Ahora, con el tiempo y desde fuera de la relación, resulta mucho más fácil analizar lo que sucedía de una manera objetiva. Pero es que la capacidad de análisis es algo de lo que no se dispone cuando estás atrapada en las telarañas de la manipulación. Un narcisista llevará a cabo esta manipulación desde el momento en el que te conozca, encontrando tus heridas y dándote las cosas que no tienes. Como si fuera tu salvador. Así, el influencer cubría conmigo las necesidades que había tenido en relaciones pasadas. Sin permitirme poner límites, porque necesitaba entrar en mi vida lo antes posible. Después de cuatro meses no me reconocía a mí misma. La depresión había vuelto y tuve que acudir a urgencias con una crisis de ansiedad.
Pero aún así, tengo mucho que agradecerme a mí misma. Por haberme permitido seguir invirtiendo en mi proceso de sanación, yendo a terapia incluso cuando las cosas no iban bien y no tenía energía para ello. Aún no lo sabía, pero me estaba salvando a mí misma.
“Si en una situación así escuchas las palabras “yo no tengo ningún problema con cómo soy”, vete”
Si estás en una relación así y cuentas con la compañía de una psicóloga resulta más fácil no perder la perspectiva. Pero aún así puede ocurrir. Por eso es crucial que compartamos lo que ocurre con nuestro círculo, nuestros familiares, nuestros amigos. Yo no lo hice hasta que no se acabó todo. No sé si por un estúpido intento de proteger su imagen o porque si verbalizaba lo que ocurría lo haría más real, tendría que enfrentarme a ello y tenía miedo. En vez de eso me quedé para intentar convencer a alguien de que fuera mejor persona. Cuando él no quería serlo. Cuando eso no era mi responsabilidad. Si en una situación así escuchas las palabras “yo no tengo ningún problema con cómo soy”, vete. Las consecuencias de convivir con un narcisista a largo plazo pueden ser mucho peores que las que sufrí yo.