Quise suicidarme a los 19 años, lo intenté varias veces, pero en todas fracasé. La primera vez que lo intenté, fue un martes, no sé por qué recuerdo el día y no la fecha, pero ese martes, lo tenía todo planeado en mi mente. Mientras los demás dormían, iba a tomar un cuchillo, salir al patio y cortarme las venas mientras me metía en la piscina, quería de alguna forma que mi cuerpo estuviera en contacto con el agua, como un canal, como un camino a la incertidumbre. Me desperté como reloj a las 00h00 en punto, caminé sin preocupaciones directo a la cocina, tomé el cuchillo y me fui al jardín, metí mis pies en el agua, me saqué la blusa, la doblé y me la metí en mi boca por si gritaba del dolor. Luego con fuerza y decisión hundí el cuchillo en mi muñeca izquierda haciendo un corte profundo y diagonal, solo pensaba en hacerme el mismo corté en la otra mano, pero mi mano débil soltó el cuchillo que se fue hasta el fondo de la piscina, pocos segundos me quedaron con lucidez y me desmayé. No sé cómo desperté en una habitación de hospital, mi padre dormía en el sillón y mi madre a mi lado. Ellos estaban separados y era la primera vez desde hace 10 años que estábamos en un mismo lugar todos juntos. Al despertarme no me dijeron nada, mi madre me sobaba la cabeza y mi padre el antebrazo con pequeñas caricias circulares. Resulta que un vecino de vez en cuando entraba a nuestro patio a fumar y estaba en ese instante mirándome, fue él quien llamó a una ambulancia y alertó a mi padre que era con quien yo vivía junto a mi madrastra y mis tres hermanastros.
Muchas nacemos con una soledad impregnada, con un vacío instalado, con una memoria capaz de recordar los momentos más desagradables, pero no los más felices. Muchas nacemos desdichadas, sumisas, queriendo querer, pero sin nadie que te quiera. Pues una de esas fui yo, y me di cuenta, por eso el intento de desaparecer del mundo, que al parecer se construyó solo para mi desdicha.
Como es de esperarse estuvieron conmigo una temporada, casi que no me dejaban sola, luego, como también es costumbre, todos lo olvidaron, nadie quiere saber que tienen una hija sin ganas de vivir, una hija débil, mal nacida desde las entrañas. Nadie me ha vuelto a ver a los ojos, temen conocer que la suicida esté aún dentro de mí, temen bien.
Cuando cumplí 25 años ya había probado algunas drogas, nunca con excesos, pero sí, con inmensa curiosidad de saber que quizás, una sobredosis era el camino para mí extinción. Tampoco lo fue. Pero ese año probé una de las drogas más letales que una malnacida como yo podría haber probado. El amor. Me enamoré del peor ser humano que pudo cruzarse en mi camino y a quien solo se puede conocer cuando se ama más al otro que a uno mismo. Lo amé con locura, con todos mis males, con toda la intensidad y la devoción de la cual estaba destinada y al mismo tiempo odiaba. Por un momento sentí que estábamos en la misma frecuencia, pero él, lo dejó de estar primero. Vivimos juntos por dos años, hasta que salí embarazada. Recuerdo que fue jueves, casi no pasaba en casa, al llegar lo miré a los ojos y le conté sobre el embarazo, su cara fue de decepción y de infelicidad. Enseguida hizo unas llamadas, fue a la farmacia y cuando volvió me tomó de las manos y me dijo que no estaba preparado, y que yo tampoco lo estaba, me habló con dulzura, me dijo también que si tomaba las pastillas estaríamos felices de nuevo, yo solo veía en sus ojos la felicidad de estar con él, fui al baño y tomé las pastillas, lo que pasó después fue que me morí y volví a revivir. De nuevo desperté en un hospital, pero no había nadie, no estaba nadie a mi lado. Salí del hospital con miradas de asco de las enfermeras. Me fui sin que me dieran el alta. El dolor en mi vientre aún lo siento, es como un calambre que tiene conexión directa con la memoria. Los recuerdos tienen olores nauseabundos que te carcomen de a poco el alma. Así estuve por 10 años, para mí, ese fue mi segundo intento de morir.
A mis casi 40 años, no logro imaginar una vida sin Lucy, mi hija que tuve a los 30 de un ser tan auténtico pero que no estaría a mi lado. Él tenía otros hijos más, y a Lucy. No tenía su apellido por decisión mía, y él lo aceptó, sabía que era su padre y a mí, eso me bastaba. Morirme por dos ocasiones no cambió la idea que tengo de sentir la soledad con intensidad, la muerte se presentó cuando la estaba buscando, y desde que nació mi hija, ya no la busco más. Aunque sé, que en el fondo cuando acaricias el rostro de la muerte y la miras directo a los ojos, ves las cosas más hermosas perderlas de a poco y así fue.
Lucy murió a los 10 años de edad por una extraña enfermedad que la comía por dentro, todos sus órganos fueron afectados, menos su corazón, que fue el último en dejar de funcionar. Cuando vi a mi hija a los ojos, pude ver la única cosa que tenía que haber desaparecido hace mucho tiempo, me vi a mi misma tratando de aferrarme a que la muerte no me matara por tercera y última vez.