Martes. Dudo si dejarme llevar por la psicosis o seguir haciendo como si nada, aunque por dentro esté en alerta. Mañana cierran colegios, bibliotecas y universidades. Y sigo yendo al gimnasio porque no ha cerrado, pero reconozco que me da cosilla. La gente que habla es para insultar a los demás y lo único cierto hasta ahora es que todos en algún momento, o vamos o nos sentimos como pollos sin cabeza.
Miércoles. Primer día del encierro. La responsabilidad me da en la cara y decido no ir al gimnasio más, filtrar mejor y leer de manera más crédula las noticias que llegan. El trap entra por mi ventana durante toda la tarde y no dejo de oír risas y escupitajos de adolescentes. Egoísmo de los padres. O miedo. Deben estar cagados por pasar de repente tanto tiempo con sus hijos. A mí, personalmente, me ha dado miedo ver la calle tan vacía, pero era una mentira. Es que era la hora de la siesta, luego ya empezaba lo del trap y así hasta la noche.
Jueves. Segundo día de encierro. Me agobio porque ser consciente de mi calma aumenta mi estado de alerta. Veo el movimiento a mi alrededor, por exceso o por defecto. Y yo en medio, por un momento, me siento desconectada de la realidad y siento que, si me alarmo, controlaré mejor la situación. Vaya tontería, ¿no? Así funciona el cerebro. Mientras preparo alimentos para congelar, compro con cabeza (insisto, con cabeza) y me arrepiento de no haber comprado hace semanas mascarillas, guantes y geles como me recomendó mi hermana, pienso por último en que haber estado meses en pausa y soledad me van a venir genial ahora.
Viernes. Me siento en paz. Tengo mucho que hacer y seguir haciendo. Esto es una adversidad y puedo poner en práctica desde la calma lo que he aprendido en este tiempo. A falta de jardín he usado en estos meses mi balcón para leer, para tomar el sol en los pies, para meditar y para respirar. Ahora sin embargo… pues haré exactamente lo mismo y NOPASANADA. Vitamina D es fenomenal, entre como entre.
“El tiempo en silencio enseña”
Estos días tendré que hacer algunos cambios. Es que no tengo wifi porque no quiero. ¡Boom! Está siendo algo muy importante en mis duelos y recuperación. No tener wifi me ha permitido leer, aburrirme, llorar, salir, bailar, dormir, estudiar, ver series y películas descargadas (y, por tanto, elegidas previamente) pero, sobre todo, aprender. El tiempo en silencio enseña. No hace falta tatuarte en lettering “enjoy the silence” en el costado o en la espalda musculada. De verdad, enjoy it. Da miedo porque descubres cosas y algunas no te van a gustar. Pero le coges el gusto.
En realidad, lo del wifi tenía trampa, tengo muchos datos en mi tarifa y una biblioteca estupenda cerca de casa. Pero probad, quitad la fibra a ver qué pasa (JA). Bueno, en mi caso, ha traído salud a mi vida. Todas esas cosas que pongo más arriba, no las habría hecho (o no igual) si hubiera estado contectada 24/7 sin límite. Todas esas cosas que pongo ahí arriba, son vida y sanan.
Supongo que en estas semanas tendré que ceder ante El Sistema para poder seguir estudiando algunas cosas y trabajar más cómodamente. Aunque tenga miedo de dar un paso atrás si cedo, creo que ha sido inteligente elegir mi acceso a internet. Limitar los Gb a determinados tiempos y espacios me ha dado salud. Así que confiaré en esa inteligencia para pensar que no lo echaré a perder.
Cuarto día de encierro. Estado de alarma. Creo que lo más maravilloso que está pasando es lo del papel higiénico. Maravilloso. La realidad convertida en meme una vez más. Como estudio sociológico y psicológico, me fascina y no tiene pérdida. No hablaré de momento de la campaña #yomequedoencasa porque hoy no quiero enfadarme. No me es útil.
Por otro lado, me genera mucha curiosidad ir descubriendo cómo se van comportando las empresas con sus campañas de publicidad, las veinte-pelis-que-ver-en-cuarentena, las diez-cosas-que-hacer-con-tus-hijos-en-casa, los cómo-estar-en-casa-perfecta-y-sin-chándal, qué ofertas y promociones habrá y cómo usarán todo esto para generar dinero de la impaciencia. Tiene sentido, claro… miles de despidos y caídas en picado. La afectación económica será inevitable y todo el mundo hará lo que pueda teletrabajando (a contrarreloj) en el mejor de los casos, en cómo minimizar pérdidas y generar beneficios económicos de nuestro tiempo o desempleo temporal.
“Pensar que en los hospitales ya es inevitable el momento de decidir quiénes viven y quiénes mueren por falta de recursos”
Por el momento añadiré que hoy, sábado, mi vida en casa es parecida a la que fue el lunes, que mi vecina del “E” me ha regalado dos torrijas muy raras por si me siento sola en casa y que la gente mayor está muy enfadada porque prefiere contagiarse a que sus nietos o hijos no les vean ni den besos. Tú dile a un niño que no va a poder tocar más sus juguetes porque de repente el plástico es tóxico y podría morir. Empaticemos. Puede ser ignorancia o deterioro en el lóbulo prefrontal. Empaticemos pero, en serio, que se aguanten.
Para terminar, quizá lo que más me ha afectado emocionalmente hasta ahora, es pensar que en los hospitales ya es inevitable el momento de decidir quiénes viven y quiénes mueren por falta de recursos.
Me siento afortunada por no tener una profesión así, y afortunada en pleno duelo. Me hace pensar en si él siguiera aquí, en si hubiera sido afectado por ser colectivo de riesgo y en si hubieran tenido que decidir(le) de esa manera.
Me ha parecido maravillosa la explicación. Transmite serenidad. Gracias