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Oda al primer tachón de cuaderno

Recuerdo sonrojada cómo de niña no podía soportar un primer tachón en mi cuaderno. La errata era incorregible por mucho esmero que pusiera en hacer la línea que debía cruzar la palabra equivocada o por mucho typex (invento del demonio) que la cubriera.

Y cuanto más cercano al comienzo ocurría el fallo con más fuerza se imponía la rabia. Porque yo estaba convencida de que, tras la primera equivocación, solo podría avanzar a trompicones. Ese error era la letra escarlata que invalidaba ya mis páginas e impedía que disfrutase del estreno. Como una mancha en el mantel justo antes de empezar a comer, como una lesión tonta saliendo del vestuario para arrancar el partido, como el vestido de fiesta al que le revientan las costuras con el primer baile.

La mácula, automáticamente, me hacía querer abandonar ese cuaderno por otro, limpio, sin experiencia. Ni mala ni buena. Un montón de neutrales páginas en blanco para empezar de nuevo. «Empezar de nuevo»: Pleonasmo del demonio. Manida entelequia. En un segundo, ese objeto que abrí con la ilusión que ofrece la posibilidad del todo no (me) valía ya para nada.

Septiembre tiene esa cualidad inmaculada de cuaderno sin estrenar, de inicio de curso, de nuevo propósito. Quizá sería conveniente ver cómo podemos mantener esta ilusión que generan los comienzos, pero durante todo el año. No dar más poder a cada fallo, aunque sea loel primero, que el de aprender de él. Es más, considerarlo imprescindible. Lo verdaderamente revolucionario a día de hoy es permanecer. Ojo, que no hablo de aguantar sino de forjar el criterio, de no abandonar lo que ya no nos luce, de apostar por la verdad frente a lo perfecto.

A día de hoy, estar a la moda supone desechar, deshechar, deshechar una y otra vez. Y, para más inri, las redes sociales fungibilizan incluso sus propias artimañas de captación con una rapidez inasumible. Un día te bombardean para crear tus reels y obtener así (y solo así) más seguidores y al día siguiente te enteras por el hijo centennial de algún amigo que los reel ya no se llevan, y que lo que ahora se estila es el carrusel de fotos inconexas de encuadre despreocupado. Es más, casi te enteras en ese momento de que tu amigo tiene un hijo centennial. Porque resulta que hasta hace nada, para ti, «los jóvenes» eran los millennials. No sabes en qué momento esa generación fue tecnológicamente desbancada, pero, por supuesto, tiene todo el sentido. Precisamente de esto estábamos hablando.

Desde que me abrí mi primer perfil en redes sociales defendí el no colgar fotos a tiempo real. Primero, para disfrutar el momento que estaba viviendo con los que lo estaba haciendo, incluida yo en soledad. Pero también por preservar la intimidad y no arengar este hambre de inmediatez que, observo, alimentamos entre todos. Una amiga me dijo hace poco (poco según mis baremos, probablemente lustros según Silicon Valley): Cuelga el post anunciando la presentación de tu libro justo el día antes, si lo haces con una semana de antelación, para entonces, la gente se habrá olvidado. Y pensé: No creo. Si ven algo que les interesa lo apuntarán en sus agendas. Yo lo hago. A lo que ella contestó: Amiga, tú no eres precisamente un referente de actualidad, todavía usas agenda de papel.

Mi amiga tenía toda la razón. Mis seguidores necesitaban un recordatorio justo el día antes. Pero es que además necesitaban otro justo el mismo día. Así me lo pidieron muchos: Recuérdamelo mañana. ¿Cómo? Apúntatelo hoy, vago de mierda. Comprométete con algo a una hora un día y ve. Como en los 90. Queda y ve sin anular en el último minuto, salvo catástrofe. Llámame por teléfono, pulsa el telefonillo de tu amigo o de tu amor sin avisar, solamente porque pasabas por debajo de su casa. Arriésgate a irrumpir en mi vida con más vida y deja de hacerlo con mensajes y publicaciones en dos dimensiones.

El popular FOMO ha desembocado en un last minute constante (y para todo) que hace muy difícil aprender de los errores. Ocurre en las relaciones y también en lo profesional. La paciencia se vive como una pérdida de tiempo y no se deja mucho espacio al silencio, al tedio o a la ineficacia. Si una serie no lo revienta en audiencia, fuera. Si no me acompañas a este plan, lo hará otra persona. Si no quieres follar en la primera cita, también. Es tan aparentemente amplia la oferta, y tan aplastante la necesidad de inmediatez, que hemos normalizado la sustitución de forma sistemática y, lo que es peor aún, indolora.

Yo propondría no dar patadas al tiempo, tomar como lecciones eso que llamamos «errores» y dar las gracias al dichoso primer tachón del cuaderno. Porque te puso a prueba y la pasaste. Porque, a pesar de él, no abandonaste la posibilidad de tenerlo todo. Porque permanece ahí para avisarte de que, con toda seguridad, le seguirán otros. Y porque viéndolo recordarás que «empezar de nuevo» ya no es posible, que lo que hay que hacer es empezar donde estés, considerar cada página un estreno de cuaderno. Y susurrarle, como si fuera septiembre: Gracias por no estar en blanco, ¡qué ganas de empezar de viejo! Desde hoy, mi primer tachón, lejos de ser un error, pasará a significar «vamos, a por lo siguiente, que esto ya está hecho».

Cayetana Cabezas

Actriz gallega, escritora, arquitecta y mucho más.

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