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No quiero una vida de escaparate

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Sus ojos revelaban el hastío y el cansancio con un mutismo casi mágico. Su mirada ausente hablaba de cosas que no pueden construirse con palabras.  Tan tierna y leonina a la vez. Con la resistencia y la fuerza del bambú que se dobla pero no se rompe.

Se tocó el pelo con delicadeza, ladeando la cabeza en un gesto coqueto que no pretendía serlo. Y tras permanecer en silencio unos minutos suspiró, hizo una pausa y dijo:

¿Sabes qué? Yo no quiero una vida de escaparate. No quiero vivir para otros, para exhibir algo que no me aporta nada.

He pasado años autoconvenciéndome de que hacía algunas cosas por mí cuando en realidad lo he hecho movida por la sugestión de lo que nos han hecho creer que es el éxito. 

Nos meten ideas en la cabeza de tal forma, tan suave y constantemente, que cuando quieres darte cuenta te han taladrado el cerebro. Como la gota de la tortura china que a fuerza de caer, incesante y rítmica, horada la piel y hace un agujero.

Las creencias y los estereotipos que nos inculcan dejan un poso en nuestro ser que hacen que sea prácticamente imposible diferenciar lo que realmente quieres de lo que crees que quieres, lo que has aprendido que es lo deseable. 

Yo no quiero eso. Yo quiero vivir para mí, para abrazarme y comprenderme. Para sentirme y escucharme con paciencia y cariño.

Quiero apagar el ruido y bailar con mi propia melodía, aunque solo yo la escuche. 

Quiero besar mis cicatrices, reconciliarme con ellas y mirarlas con amor.

Quiero agradecer cada día la vida, llorar y reír sin vergüenza.

Apurar las cervezas y los ratitos felices. 

La vida pasa ¿sabes? Cuando quieres darte cuenta se ha pasado mientras estabas haciendo la lista de la compra o quejándote de si has engordado o no te apetece tal cosa.

Quiero decir: que voy a seguir quejándome si un día necesito hacerlo, pero no pienso dejar que se me escape la vida sin vivir. 

Que voy a cantar a gritos si ponen la canción que me gusta y me voy a reír si la cago. (Ya sabes que soy muy de cagarla). Total, la vida pasa y hemos venido a vivirla con este cuerpo tan maravilloso que nos mantiene en pie.

Que le den a todo. Yo me quedo conmigo.

Y la última frase sonó como un golpe en la mesa. Como dictando sentencia sobre el lienzo naranja y violeta que se dibujaba en el horizonte. 

Mónica Gómez

Emocional, intuitiva y curiosa. Un conjunto de versos sin rima.

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