¿Alguna vez has tenido uno de esos días en que los minutos te parecen horas? De repente tu agitada agenda y todas esas actividades que te solían mantener ocupada pierden interés, dejándote en un letargo que te aturde. Sientes que el tiempo se ha extendido demasiado y la vida ahora te parece un hueco en el que caes lento, y súbitamente crees que no hay salida.
Pensabas que lo tenías todo controlado y procrastinar no era parte del plan. Hasta habías preparado una lista de actividades. «Unos días a solas a muchos les hace bien», te decías para consolarte, pero en el fondo intuías que para ti ése no era el mejor momento.
Tu departamento, entonces, abrió la boca y comenzó a engullirte y en cada bocado, mientras tú gritabas, se cerraba tu voz. Durante esos días en que pensaste que podrías estar sola, y que entre bromas dijiste que serías una mujercita grande, tragaste más lágrimas y ahogaste más gritos de los que esperabas pronunciar. En la ducha, en la noche, mientras todos dormían tú llorabas. «Nadie me mira cuando lloro», murmurabas.
Nunca te has pensado como una persona susceptible a la depresión o a la tristeza. De la ansiedad, palpitaciones y miedos solamente conocías por lecturas o testimonios fuera de tu entorno. Habían pasado varios días cuando notaste que ya no preparabas las ensaladas y los jugos que te gustaban, que dejaste de salir a caminar por el parque, dejaste de escribir y de leer, y luego de un tiempo notaste que la ropa te quedaba holgada.
Te ibas a la cama pensando en el mañana, en que pronto te sentirías mejor. Mojada en lágrimas te rendías al sueño, pero al poco tiempo despertabas con una sensación nueva para ti; un sonido sordo que invadía tus oídos, un sonido que venía desde adentro y que chocaba en el tórax; las palpitaciones, las famosas palpitaciones de la ansiedad. Era como dormir sobre el corazón agitado de un león, un león que hubiera recorrido a toda velocidad una pradera grandísima para cazar a su presa. Te dio miedo la posibilidad de no controlar tus emociones, te dio miedo convertirte en ese león y que esa pradera te volviera loca, loca de tanto espacio, de tanto tiempo, de tanto miedo, de soledad, pero no. No eras el león, ahora que lo piensas y que al fin lo puedes expresar, eras la presa dentro de ese león agitado.
Alguna vez escuchaste decir que el llanto limpia el alma, pero no; opaca. Varios días pasaste llorando antes de comprender que estabas experimentado episodios de ansiedad, entonces la vida se convirtió en un lugar demasiado grande, en la vacuidad del estómago hambriento de un animal salvaje que actúa por instinto, que no controla sus emociones y que te devora, día a día, minuto a minuto.
Peor que una presa que se rinde, es una que no intenta luchar. El momento de sacar tu voz es hoy. Recuerda tus hábitos de escritura, tus caminatas y lo bien que se siente el aire cuando penetra en tus pulmones. Calza tus zapatos deportivos, apaga el celular y por la siguiente hora proponte salir y dejar en cada trote esos pensamientos negativos que, como colmillos, hincan en tu pobre cuello de animal indefenso.
Interesante relato, yo también también he llorado sin que nadie me haya visto y he estado deprimida sin que nadie se haya enterado que lo he estado, pero también he tenido el control de levantarme y sacudirme, ponerme mis zapatos y salir con mi perro y ver y disfrutar la belleza natural y sentir lo bello de estar vivo, y que somos amados por nuestras familias y amigos. Sufrir y reír es vivir. Gracias a Dios🙏
Me gusta tu afirmación ” sufrir y reír es vivir”. Gracias por tu lectura.