Mi guardarropa al igual que el de mi mamá estaba lleno de vestidos y zapatos. Sin embargo, mi calzado no lucía la extensa gama de colores que los de ella. A excepción de los tenis y las sandalias, todo mis zapatos eran blancos o negros; supongo así era más simple hacerlos combinar.
Cierto día, mi mamá llegó con una bolsa blanca grande. Dentro de ella se dibujaba una pequeña caja que por el tamaño intuí que debía contener un par de zapatos para mí. Intrigada abrí el paquete que ella me entregó y fue amor a primera vista. Se trataba del par de zapatos más bello que jamás había tenido: rosas, con una hebilla dorada, y un pequeño moño al frente, eran los zapatos de mis sueños. Al levantarlos mis dedos se deslizaron por la superficie suave de la zapatilla y mis narices se despertaron con entusiasmo al percibir el olor a cuero nuevo. Lo mejor de todo es que el par de zapatillas no había llegado solo; venían acompañados de un vestido color rosa de un faldón amplio, aunque nunca lo suficiente para mi gusto, pues desde siempre soñaba con una falda tan vaporosa que pudiera elevarse en una hermosa circunferencia al ritmo de mis repetidos giros.
Utilizaría el atuendo en alguna ocasión especial, me dijo mamá. Así que guardamos vestido y zapatos en mi closet en la espera del evento. Entre tanto yo me calzaba los zapatos cuando jugaba a ser una bella princesa de cabellos tan largos como un arroyo.
La ocasión especial se presentó de la manera menos esperada. El día del entierro de mi mamá quise utilizar algún atuendo que me hiciera sentir de alguna manera su presencia. Miré mi guardarropa y no lo dudé.
En medio del tumulto de personas ataviadas de negro que se había reunido para darle su último adiós caminaba una niña, de tan solo nueve años, del brazo de su hermano mayor y de su papá, engalanada con un vestido rosa y un par de zapatillas del mismo color.
Hermoso texto
Beautiful! 🥰