Las personas bisexuales somos tierra de nadie. Ni en un lado ni en otro, ni fuera ni dentro del colectivo somos consideradas sujeto político, objeto de la lucha o motor de cambio. Todo lo contrario. Tanto unos como otras nos ven como un estorbo. Un incordio. Una piedra en el camino de la lucha.
Esta visión nace del desprecio y la ignorancia hacia todo aquello a lo que nos enfrentamos las personas bisexuales. Nace de quienes no han intentado siquiera desempolvar los prejuicios que tienen anclados sobre nosotres… O sobre ellas mismas.
Nos desprecian, infantilizan, nos quitan importancia. Nos ven como “maricones confundidos”, “bolleras que no se atreven a salir del armario del todo” o “heterocuriosas”. Las parejas heterosexuales nos ven como fantasía para sus tríos. Los hombres bisexuales son mal vistos por los heteros por no ser “suficientemente masculinos”. Las mujeres bisexuales somos vistas como traidoras y cobardes por las lesbianas, o como guarras por los heteros.
Fíjate si es valiente la ignorancia y la falta de revisión, que hasta hay quienes se escudan en un “lesbianismo político” para desacreditar a la bisexualidad como orientación digna de ser lucha política… Cuando son ellas mismas las que cooperan con esa falta de fuerza política, quitando energía a nuestro movimiento, a base de negar nuestra identidad. A base de invisibilizarnos.
No me refiero, por supuesto, a quienes hacen del lesbianismo, activismo. Es maravilloso y necesario, por ejemplo, el lesbianismo separatista que propusieron activistas como Gretel Ammann. Estoy hablando de aquellas mujeres que han estado con hombres (no como tapadera sino por deseo), pero insisten públicamente en que no son bisexuales sino lesbianas, por una cuestión “política”. Pero lo que ellas llaman “política”, yo lo llamo “bifobia interiorizada”. Porque si no vieran la bisexualidad como algo malo, no tendrían que negarse a sí mismas y sus vivencias por activismo.
Estoy hablando de aquellas, como Feminista Ilustrada, que nos llaman aliadas del heteropatriarcado. Que dicen que somos unas lesbianas cobardes que, pudiendo estar con mujeres, elegimos estar con “el enemigo” para parecerles más apetecibles al sistema, por miedo a que este nos rechace. Como afirmando que la orientación es algo que se elige. Como apoyando el argumento en el que se basan las teorías de conversión. Como respaldando a esos homófobos que piensan que para qué necesitamos derechos si lo nuestro es una “elección”. Fíjate si es ciega la ignorancia.
Nos acusan de acomodadas, de cómplices del sistema, de no ser útiles o necesarias para la lucha… Cuando nos pasamos el día luchando. Nos pasamos la vida saliendo del armario del monosexismo. Del “no, ahora no soy hetero”, “no, ahora no soy gay”. Nos enfrentamos a la incomprensión de nuestro entorno. A que, con unas parejas nos traten bien, y con otras regular. Y eso se acaba materializando en discriminación sistemática, por supuesto.
¿Cómo se materializa? Os ilustraré con una anécdota propia. La historia de aquella vez que fui a mi médica de cabecera por un posible problema ginecológico para el que ella iba a mandarme una citología. Y llegó la hora de las preguntas clásicas sobre relaciones heterosexuales:
- ¿Tomas anticonceptivos?
- No.
- ¿Qué método de barrera utilizas?
- Ninguno.
- ¿Estás buscando quedarte embarazada?
- No.
- Pues no lo entiendo.
- Mi pareja tiene vagina, como yo.
Entonces mi médica asumió que yo era lesbiana y que nunca había practicado penetración (cosa imposible debido a otras respuestas que le había dado minutos antes). Y decidió que yo no necesitaba hacerme la citología. Que si no había practicado “nunca” penetración, no me hacía falta.
Tuve que recordarle a esa mujer que, tal y como le acababa de contar, había tenido parejas hombres, que había tomado anticonceptivos con anterioridad, y que mi posible problema no era ninguna ETS, por lo que las relaciones sexuales no eran relevantes. Pero ella dejó de entenderme. Algo le hizo “click” y pasé a parecerle algo raro, incomprensible. Prefería colgarme la etiqueta de “lesbiana golden” porque si no, no era capaz de catalogarme.
Nos pasamos la vida luchando contra esa invisibilización que nos imponen desde fuera. Y a veces nos la acabamos autoimponiendo por supervivencia. Acabas diciéndole que eres lesbiana a tu médica para que te entienda. Acabas autodenominándote como bollera con tus amigas, con tu entorno, por poder acogerte a una identidad. Para que, bajo esa etiqueta que guarda tanto significado, la gente reconozca tus vivencias, tus violencias, tus experiencias, con solo nombrarla.
El lenguaje es muy poderoso. Los gays se reapropiaron del “maricón”, del “bujarra”. Las lesbianas se reapropiaron del “bollera”, del “camionera”. Y bajo esas palabras construyeron no sólo una coraza sino toda una identidad, una cultura, un imaginario. ¿Pero nosotres, de qué podemos reapropiarnos? De nada. Porque la invisibilidad es mortal. Porque aquellos para quienes no existimos, ni nos nombran. Así borran nuestra identidad.
Tal es nuestra invisibilidad, que hasta el “lesbiana” nos han quitado. “Lesbiana”, ese término que viene de Safo de Lesbos, esa poeta del siglo VI a.C. abiertamente bisexual. Se ve que no merecemos ni siquiera la representación de nuestras referentes. Para la sociedad, Safo era lesbiana. Las folcóricas eran heteros con muy buenas amigas, con las que hasta compartían casa e hijas. Marlon Brando era un hetero muy vicioso. Y Freddie Mercury un gay que estuvo enamorado de su mujer.
Y no es porque no estemos activas u organizadas. Quiero decirte, el “San Francisco Bisexual Center” se fundó en 1976, dando lugar a colectivos y espacios posteriores. Ha llovido desde entonces. Pero siguen afirmando que no estamos en la lucha. Igual que afirman que somos una identidad binaria, compuesta de dos partes, en la que tienes que tener mitad de parejas hombres y mitad mujeres, o no te conceden tu medallita. A pesar de que el “Manifiesto Bisexual”, en 1990, ya dijese lo siguiente:
“La bisexualidad es una identidad completa y fluida. No asuman que la bisexualidad es binaria o dual en su naturaleza: que tenemos dos lados o que debemos actuar simultáneamente con dos géneros para ser seres humanos completos. De hecho, no asuman que sólo hay dos géneros. No interpreten nuestra fluidez con confusión, irresponsabilidad o como una falta de compromiso. No equiparen la bisexualidad con promiscuidad, infidelidad o comportamientos sexuales poco seguros”.
Poco hay que añadir a estas palabras. Que llevan más de 30 años en circulación pero que apenas calan. Sólo diré, a modo de advertencia, que nadie vuelva a poner en duda mi orientación o la de alguna de mis compañeras. Que no pienso volver a permitir un “esa dice que es bi pero yo creo que es más bollera…”. Que os juro que la próxima vez que escuche un “sí, se habrá liado con muchos tíos, pero es un heterazo” no respondo de mí misma.