“You have to learn to get up from the table when love is no longer being served.”
Nina Simone
Que te levantes. De la mesa. Del sofá. De donde quiera que te hayas apalancado. Y puesto cómoda, por supuesto. Porque es inevitable. Ya te lo digo. Los seres humanos buscamos la comodidad, la seguridad y el placer, entre otras muchas cosas. Buscamos bienestar, sentirnos bien. Lo dice la misma palabra: bien + estar. Necesitamos sentirnos cuidados, amados, respetados. Necesitamos ser parte de algo. De una comunidad, un grupo, una unidad de referencia. Es Maslow y su pirámide. Es primero de desarrollo personal.
Y, aun así, fíjate que te digo que te levantes de la mesa. Que te vayas. Que te alejes. Cuando ya no te sirvan amor. Cuando sientas que no recibes lo que te mereces. Como persona. Como mujer. Como amiga. Hemos de dejar de mendigar. Mendigamos amor. Y mendigamos tiempo. Mendigamos atención y también cariño. Mendigamos sexo y mendigamos orgasmos. Nos pasamos el día mendigando. Recogiendo las migajas que nos dan. Y encima lo hacemos con agradecimiento. Con culpa, incluso. Damos las gracias. Y pedimos perdón. Perdón por pedir. Perdón por esperar. Perdón por sentir, al fin y al cabo.
“Deshazte del apego, de las expectativas y no esperes nada de nadie.” Nos dicen los nuevos gurús. Las nuevas corrientes posmodernas que solo fomentan el individualismo más feroz. Nos venden una vida propia. Individual. En solitario. Pegada a una pantalla. Centrada en el yo. Las redes. Los selfies. Las visitas. Y los likes. Pero olvidan. Vaya que si olvidan. Que las relaciones son un dar y recibir. Un interactuar. Un hoy por ti y mañana por mí. Por eso no creo que el problema esté en esperar, sino más bien, en esperar de personas que no están dispuestas a dar.
Estamos acostumbradas a aguantar, tragar y callar. Es parte de nuestra herencia judeocristiana. Esto no es nuevo. Ya hace tiempo que las mujeres nos hemos dado cuenta. Nos hemos educado en la cultura del sacrificio. Del victimismo, la culpa y el silencio. En aquello del “poner la otra mejilla”. Y ojo que tienes enfrente a la mayor pacifista del mundo. No seré yo quien te anime a devolver el golpe. El mal no se combate con más mal. Sino con límites. Con conciencia. De nuestra valía. Con determinación. Y amor propio. Con confianza. En nosotras mismas. Y en el respeto. Que merecemos.
Por eso me reitero en que hemos de aprender. A levantarnos. Y marcharnos. Lejos. De todos esos lugares. Todas esas personas. Que no nos quieren bien. Que no nos cuidan. Ni abrazan. Como merecemos. Como necesitamos. Y créeme que esta no es una tarea fácil. Forma parte de un proceso de aprendizaje largo. Largo y doloroso. Porque decir adiós es tan difícil como encajar que te lo digan a ti. Ser tú, quien toma la decisión. De abandonar. De levantarte. E irte. No es fácil. Eso ya te lo digo. Pero es valiente. Es muy valiente. Es apostar. Por ti. Y por las personas que te quieren bien. Las que te quieren de verdad. Es decirle a la vida que por ahí no. Que no te vas a conformar con menos de lo que te mereces. Que tú vales mucho. Vaya que si lo vales. Que no estamos aquí para mendigar. Que estamos para vivir. Y para disfrutar. De todo. De todo lo que nos aguarda ahí fuera. De todo lo que somos capaces. Porque, ¿por qué ibas a conformarte con menos? Con menos de lo que eres capaz de sentir, de amar, de dar y, por supuesto, de recibir.
Yo lo tengo claro. Yo lo quiero todo. Y si no lo puedo tener todo, prefiero seguir adelante. Y no pararme. Prefiero seguir buscando. En otro lugar. En otras personas. En otro tiempo. Prefiero estar. Conmigo. A solas. Hacia dentro. Muy dentro. Y caminar. Por el camino del querer. Compartir. Y sentir. Y es que para que nos pasen cosas nuevas. Personas nuevas. Hemos de dejar espacio. Para que entren. Y encuentren su lugar. O no. O quizás para que vuelvan a salir. Tan rápido como llegaron. Porque su lugar no estaba ahí. Y por eso han de continuar. Y lo mínimo que podemos hacer, es abrirles las puertas. De par en par. Para que salgan. Sin hacer ruido. Al menos, demasiado ruido. Para que continúen su viaje. Al igual que tú has de hacer con el tuyo.
Camina. Camina sin prisa. Pero sin pausa. Conoce tus límites. Tus valores. Y tus necesidades. Y no pares, hasta que encuentres tu lugar. Tu hogar. Hasta que sientas que ahí sí. Que ahí te quedas. Que ahí es donde quieres estar. Donde mereces estar. Quiérete. Quiérete de verdad. Y quiérete tanto, que seas capaz de levantarte de la mesa cuando ya no se sirva amor. Porque, créeme, esta es la verdadera revolución.
Maravilloso artículo ☺️ Gracias por compartirlo
Gracias Patt. Alto y claro.