Tu presencia es como la lluvia suave de un día de verano. Nunca sé si me refrescará o me incomodará. Solo sé que de vez en cuando me gusta (llo)verte, empaparme de ti y recordar la tormenta que fuimos, la calma de después. Cuando el tiempo se para, y mi mente insiste en rescatar recuerdos, acude a ti, al eco que dejaste en ella, y se columpia en él hasta marearse. Luego te escribo, para narrarte bonito, como eres, para que sigas siendo.
“Tú naciste para rugirle al mundo”
Tienes la picardía en la sonrisa y la bondad en la mirada. Estás hecho de sueños que vuelan con el viento, para que los alcances. Tienes el universo en tu mano, y a veces no la cierras, y se te escapa. Tú naciste para rugirle al mundo, para soltar tu cruz, cuando la descubras, para echar a volar con las alas de tu deseo. Y la libertad te espera en cada esquina.
“A mí me robas las sonrisas y cuando te miro me escondo el deseo debajo de la falda, para que parezca que no existe, aunque tú sí sabes verlo”
A mí me gustas para quedarme ahí, quieta, en el limbo de la posibilidad, hasta que el tiempo se encargue de despedirla. Y me permito que mis letras hablen de ti; que florezcan las semillas que, sin darnos cuenta, plantamos un día.
A fin de cuentas, somos las historias que nos contamos.
Qué bonitas te fluyen las palabras!