fbpx

La maldición del sacrificio materno

Dedicado a mi madre:

Este mes es el de los padres, pero como yo soy una ácrata desafiante, voy a omitir por una vez mi humor negro y le dedico la primera de mis intervenciones a mi madre y a porqué hay que hay que ser un poco egoísta en esta vida. Y lo hago porque la echo de menos más que a nadie en el mundo y porque este mes hará quince años que se fue de mi lado dejándome millones de preguntas y de besos por dar y por recibir.

Mi madre, una señora educada en la segunda mitad del siglo XX, tenía grabado a fuego en su ADN la obligación de proteger, servir a su familia y sacrificarse siempre por el bien de los demás. Consiguió muchas cosas, para sus hijos (educación reglada y de la otra, un pellizquito de herencia, caprichos que a veces no debería habernos permitido…). Consiguió que su marido, mi padre, ese señor que era una crack y se merece otro artículo, pudiese centrarse en su trabajo, que le mantenía el 90% del año fuera de casa y del país. Consiguió ser una SEÑORA admirada y querida por propios y extraños; no he encontrado a nadie que la hubiese conocido que tenga una opinión tibia sobre ella, y nadie omite darla por no ofender, todo el mundo habla de Mari Carmen como de un ángel del sacrificio materno.

Ahora bien, ¿consiguió ser feliz? No lo sé, no puedo preguntarle. ¿Lo consiguió a su manera, la del sacrificio por y para los demás? Tengo mis dudas. 

La recuerdo pocas veces sonriente, porque, sospecho, la vida se  la hacía bola.

La recuerdo semanas encerrada en casa esperando una llamada de mi padre porque en esos años no existían los móviles, y desde un barco en alta mar no siempre era fácil llamar, no salía casi de casa no fuese a ser que llamase papa y ella no estuviese.

La recuerdo cuando un día de repente yo llegaba a casa del colegio y me llegaba el olor inconfundible del suavizante en las cortinas, estaba  limpiando como una loca una casa que estaba “requetelimpia”, porque llegaba papá y quería que todo fuese perfecto. Iba a la peluquería y esos días sí sonreía. De ahí también recuerdo el olor a lejía de sus manos dándome una caricia ansiosa porque tenía poco tiempo para mimar, aunque muchas ganas de hacerlo

La recuerdo haciendo varios menús diferentes para que todo el mundo comiese bien en casa cosas que nos gustasen y nos alimentasen.

La recuerdo, revisando todas las ofertas del súper para ver qué tenía que comprar en cada sitio y así ahorrar un poco más y poder pagarnos la carrera fuera de casa. 

La recuerdo, a partir del mes de octubre de cada año,  tomando nota mental de todo lo que se nos ocurría decir inocentemente que nos hacía falta o nos gustaba, para que no nos faltase esa cosa (o esas decenas de cositas) bajo el árbol de navidad, mientras, ella, se conformaba con el detalle ínfimo que le teníamos nosotros

La recuerdo disfrutando los éxitos, por pequeños que fueran de cada uno de sus hijos, sobrinos, ahijados y demás allegados. 

Recuerdo, sin duda ese abrazo de cuando terminé la carrera y me convertí en la primera hija que era licenciada (daba igual en qué, era licenciada universitaria). Fue uno de los pocos momentos en los que la vi feliz de verdad, en el que ella recibió, a su manera, el fruto de todo su esfuerzo, la alegría de haber apostado y ganado. Creo que me sentí más contenta por hacerla feliz que por el simple hecho de aprobar la ultima asignatura 

No la recuerdo saliendo a cenar con sus amigas, que las tenía y muy buenas.

No la recuerdo casi nunca viajando por placer. Tres viajes, recuerdo que hizo sin nosotros, y a la vuelta de cada uno de ellos tenía una cara de felicidad que pocas veces le había visto antes.

No la recuerdo comprándose algo porque simplemente le gustaba y se lo merecía.

No la recuerdo poniéndose a sí misma como prioridad JAMÁS.

Y  ¿Qué pasó? Pasó la vida. Y cuando se quiso dar cuenta ya era tarde, se convenció que SU felicidad era el éxito, grande o pequeño, de sus hijos. A lo mejor lo era, pero creo que vivió toda su vida para los demás y nunca se planteó que ella fuese importante, porque le habían enseñado que una buena esposa, madre, mujer y ama de casa era eso, el sacrificio.

Y yo, cuando yo me quise dar cuenta la había perdido. La estaba enterrando con el vestido más bonito que tenía y pensando cómo iba a poder seguir la vida sin ella, delante de mi solo veía el abismo, y ella siempre había sido el sólido puente que lo cruzaba. Y no tuve tiempo de apreciar todo lo que hacía por nosotros y darle las gracias, solo me dio tiempo a cuidarla en su enfermedad lo mejor que supe, mimarla un poco y devolverle una milésima parte de todo lo que hizo por nosotros

Le dio tiempo a dar una última orden (en el fondo era una mandona). Nos ordenó a mis hermanos y a mí que nos llevásemos bien y nos cuidásemos. Seguimos cumpliendo esa orden, porque nos enseñó a querer, a tratar de cuidar a todos, a cuidar a la familia, porque “la familia es lo primero”.

Pero yo, del análisis tranquilo de lo que fue ella aprendí otra cosa: La vida es muy corta, demasiado corta, disfrútala, priorízate, sal del agujero como sea, ponte de primera, porque si tú no eres feliz difícilmente podrás enseñar a otros a ser felices, ríete, quiere mucho a todos pero nunca olvides que la primera obligación es quererte tú, no desatiendas tus obligaciones pero no olvides el ocio, un café con un hermano, un vino con una amiga, un capricho que te haga sentir que te estás premiando por el simple hecho de existir. Todo eso me lo enseñó como si fuese el negativo de una foto. Me lo enseñó porque ella no lo hizo nunca y se lo merecía. Y no lo hizo porque se sacrificaba siempre para que los demás estuviesen bien, estuviese, incluso, mejor

Me gustaría decirle un millón de cosas mamá, pero hoy solo le diré, a través de este artículo dos:

1.-  Como bien decías eras pequeña, pero diste la talla. Con creces.

2.- MAMÁ: SOY FELIZ. 

Mónica Domínguez

156 cm de humor negro, ironía y un poquito de bondad. Felizmente libre.

Comentarios

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.

Responsable de los datos: Square Green Capital
Finalidad: Gestión de comentarios
Legitimación: Tu consentimiento expreso
Destinatario: servidores de Siteground
Derechos: Tienes derecho al acceso, rectificación, supresión, limitación, portabilidad y olvido de sus datos.