Busco empatía como un pendiente perdido. A veces, no la encuentro.
En esta frecuencia, mientras se obtienen beneficios sobre nuestras habilidades, la cercanía brota sin abono ni fertilizantes. Pero cuando dejas de ser útil, la lejanía azota sin titubeo. Somos irremediablemente prescindibles.
Este sistema que envuelve el modus vivendi actual, empuja al colectivo a huir hacia delante inventando malabares en un circo con la carpa rota y los payasos tristes, escasos de maquillaje. No hay tiempo para barajar opciones ni escoger, solo se nos permite resolver sobre la marcha. Supervivencia en tiempos de cólera. Esa es la realidad de una mayoría considerable.
Vivimos dentro de los parámetros de una sociedad sobre estimulada en el vacío de la ignorancia, aparentando que todo está en orden cuando esa proporción ni siquiera se vislumbra. Una sociedad maquillada para vender, zurcida para ocultar viejos remiendos. Una comunidad que miente en piloto automático. Y sobre esos cimientos carentes de consideración se pretende construir una vida que no podrá ser otra cosa que endeble, frágil, vacía, huérfana de autenticidad.
Se hace el amago de apoyar y remar bajo la tormenta. Pero es solo eso, un falso esfuerzo. Un intentar quedar bien para nutrir la satisfacción propia. El hedonismo, siempre como hoja de ruta.
Algunos pueden respirar así, con la sensibilidad titilando como una bombilla agonizante. Haciendo trueques con los intereses de otros para sacar provecho de algo. En paralelo, existe una minoría que opta por la sinceridad latiendo a corazón abierto y la emotividad galopando a borbotones entre ambos ventrículos. Yo solo conozco esa forma, de vida, para lo bueno y para lo malo.
En estos tiempos, de cólera, las personas se muestran misericordiosas en los extremos, en la guerra, en los contagios masivos, en las tormentas. Empatía de pladur para publicar y obtener corazones digitales que colman vacíos llenos de ignorancia. Es una equivocación garrafal. La consideración auténtica se muestra en el día a día, en la calle, en el metro, con el desconocido que se sienta a tu lado en el autobús, con los amigos, con la familia, sin alardear, en silencio.
La falta de consideración es la verdadera pandemia sin vacuna. Esa que no podrá erradicarse hasta que impere un mínimo de conciencia, que a día de hoy es un fenómeno en período de extinción.
